ANKARA TURQUÍA




                Ankara y nieve son sinónimos en mi memoria. No parará de nevar durante los próximos tres días desde la noche de mi llegada. Será noticia principal durante todo ese tiempo en los telediarios del país a causa de las desgracias provocadas.
 Ajeno a esto salgo de la estación alucinado y perplejo, me descubro sonriendo, hasta riéndome. Un valenciano que no ha viajado lo suficiente por el norte casi cae en éxtasis esa tarde en Ankara. Ya no es la que está cayendo, que es tremenda, sino que todo se está cubriendo de hielo y nieve. Los coches patinan al arrancar en los semáforos, la gente patinamos al intentar andar, todo resbala pero nada se para. Ankara bulle de actividad bajo la nevada, los mensajeros en moto ponen su cadena en la rueda trasera y continúan con su faena entre empinadas cuestas tapizadas de hielo y calles a rebosar de nieve.


 En medio de la tempestad intento sobrevivir en la capital turca. La primera noche consigo un hotel a quince euros la noche que aparecía en Internet mucho más barato. Tiene televisión y un baño en el que chorrea la averiada ducha directamente en el suelo, humedad inevitable que ambientará toda la habitación.
El recepcionista aprovecha que a las tres de la mañana deja de nevar durante un rato para limpiar la calle del hotel con una pala. Cuando la arrastra por el suelo emite unos ruidos estridentes y chirriantes amplificados por las paredes del silencioso callejón. La ventana de mi habitación da justo encima de allí. Ya no es posible que se escuche más alto de lo que lo hace. Asomo mi somnolienta cara por la ventana.
 -Nene- Le digo en español- ya harás eso mañana. Tomorow, tomorow.
 -Oh, i´m sorry sir.
 - La madre que te hizo. Ale, no problem, no problem, hasta mañana.
 El hombre deja de dar paladas y habla en turco con una meretriz, rubia de bote, gordita, con minifalda y medias de red. Me sorprende mucho que esté allí. Me imagino que le dice:
- Qué pasa chata, como ves yo también tengo que aguantar a un montón de gilipollas.
 Los días siguientes en Ankara tienen como características principales la nieve, el frío y las puertas cerradas.
 Me cambio a un modesto hotel para turcos que cuesta siete euros al cambio, me encanta su nombre, el Kafkas Toros Oteli.
 Puertas cerradas en la embajada de Irán y de Siria, ya que en ambas me dicen que no a mi petición de visado.
 El de Irán de una manera diplomática y sonriente. En el de Siria me atiende un imbécil que me despacha de muy mala manera. Me marcho de allí invocando justicia divina. En menos de un mes comenzarán las  revueltas en Siria contra Al-Asad que al escribir estas líneas todavía perduran. Nada más lejos de frivolizar insinuando que comenzasen por mi maldición y siento en el alma cada víctima de una gente que me parece maravillosa, pero me imagino al imbécil apretando el culo todo este tiempo y me gusta. Con un poco de suerte le será incrustado un obús de alguna fuerza “pacificadora”.
 Rumio qué hacer mientras me como un arroz con pollo y veo caer la nieve. Irán y Pakistán quedan excluidos. Siria me ha mandado a freír espárragos. Me queda el Cáucaso pero imagino una Georgia congelada y con lo que estoy pasando en Ankara ya es suficiente. 

 Antes del postre ya lo tengo decidido. Me voy al sur a la frontera Siria, sin visado, a probar suerte. No soy muy optimista y sé que si me echan para atrás cogeré un buen cabreo. De Ankara a la frontera Siria hay un día de viaje, y para colmo llegaré un viernes a mitad de mañana según mis cálculos. Me da igual, voy para allá cabrones. Ah, y Ankara, pese a todo, me ha gustado, su actividad, su vida callejera, sus restaurantes buenos y baratos, sus hielos, el tener que bajarse del microbús que a uno lo lleva y tener que empujarlo para que supere un tramo, sus intensas nevadas luchando por paralizar la ciudad sin conseguirlo.

No hay comentarios: