La parte de Turquía que se encuentra en la Europa continental es en
cuanto a paisaje similar a Bulgaria, en cambio sus pueblos y ciudades son
diferentes a simple vista. No se trata solamente de los altos y bellos
minaretes de las mezquitas, el cambio va más allá y se ve todo mucho más
próspero que en el país vecino.
La llegada a Estambul lloviznando mientras
anochece a Uluslalarasi, una colosal ciudad del transporte en el barrio de
Esenler, obliga al viajero a esmerarse si quiere encontrar un transporte barato
hacia el centro. Si éste pasa de coger un taxi -yo trato de evitarlos en este
viaje a toda costa por cuestiones económicas-
y necesita ir por ejemplo a Sultanahmed, donde se encuentran varios
hoteles y hostales baratos, deberá coger desde esta monstruosa ciudad del transporte
un minibús, seguido de un metro, seguido de un tranvía, andar algo, y mojarse
mucho.

Pese a todo, la próxima que vez que vuelva a Estambul
sin mucho dinero iré de nuevo al hotel Nuevo, aunque tanto como recomendarlo no
lo pienso recomendar.
Me acuesto con frío, algo desanimado, llevo
dos días sin pillar una cama y comiendo no demasiado, sé muy bien que mi
sensación proviene de ambos motivos. Me aplico el cuento de cualquier habitación
de hotel mi hogar, con deseo de animarme. Ánimo, me digo, no pienses en la
niña, en mis padres, en los problemas, adelante. Pongo mi ropa mojada encima del
vetusto radiador. Hay radiador y hasta funciona. Este detalle me anima bastante.
A medianoche noto correr algo sobre mi cara,
lo que sea lo aplasto de manera automática cuando está a la altura de mi ojo.
Enciendo la luz. Es una araña. Era una araña.
Y no pequeña.
No sigo precisamente el método jainista, si
ellos tienen razón espero que me guste seguir dando vueltas en la rueda de las
reencarnaciones.
Amanece y asomo el morro fuera. Hace lo que me
parece un frío horrible. Todavía no sabía que era buen tiempo comparado con lo
que se avecinaba. Cruzo el puente Gálata por debajo para hacerlo lo más a cubierto
posible, un viajero solitario me pide que le haga una foto, me recuerda a mí
mismo, pero más joven eso sí. Más joven él, no yo, se entiende ¿no?
Una de las desventajas de viajar en solitario
es que tienes que pedir a desconocidos que te hagan la foto.
Es prácticamente la única, todo lo demás son
ventajas. Doy fe.
Acaso podría contarse también entre las
desventajas que normalmente no hay nadie que te pueda rascar la espalda, pero
esto no reviste mucha importancia ya que tampoco es fácil que los acompañantes
de viaje rasquen la espalda siempre que pica.
Si en un viaje tienes a alguien que te rasca
la espalda siempre que quieres, cuídalo o cuídala, esa persona vale la pena. Y
lo mismo pero al contrario, por mucho que te diga, si no lo hace, no te fíes
del todo, es más, ahí no hay futuro, lo mejor es que la abandones, sin broncas,
sin dramatismo, te esperas a que pare el tren, oye cariño que voy a mear, te
bajas, no te esperes en los tigres por si él-ella va a buscarte, al no
encontrarte volverá al tren pues te creerá allí y éste volverá a partir, puntual,
por mucho que él-ella berree y le haga aspavientos al revisor. Cuando ya no se
vea ni el último vagón cruzas las vías por abajo, pasas al andén de enfrente y
cambias de dirección, no te lo-la vayas a encontrar más adelante. No pasa nada.
Hay doscientos países y seis mil millones de personas en el planeta. Lo
superará. Tú también.
Estar
contigo es estar solo dos veces, es la soledad al cuadrado.
Estambul me impresiona y eso que no es la
primera vez que estoy aquí. Hace años pasé aquí una semana con una chica
mejicana que dejó en mí una profunda huella. Si recordara cómo se llama hasta
le mandaría un beso desde estas líneas.

Ese día desayuno un kebab de pescado, almuerzo
un kebab de pollo y ceno un kebab de cordero. Me gusta variar.
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