¿Por qué IRÁN? TEHERÁN, MÁS SOLO QUE LA UNA



 Aunque el uso del pañuelo es obligatorio para todas las mujeres de más de 7 años, sean de la religión que sean, incluidas las extranjeras visitantes, ya sean turistas o no, la verdad es que no he visto, al menos en esta parte de Teherán, ninguna chica con la cara velada, ni una, y entre las más modernas, existen maneras con las que consiguen, casi, burlar la ley.


 Lo más habitual en ellas es hacerse  un moño muy alto y muy detrás y colocarse el pañuelo justo arriba de este moño. El resultado es que el resto de la cabeza, excepto la parte trasera, queda al descubierto, peinándose y maquillándose a su gusto, con la particularidad, de que muchas de ellas llevan las cejas completamente depiladas y pintadas a modo de gesto de sorpresa.
 A casi todas les queda bien...
 A la gran mayoría, el pañuelo en el elevado moño les hace estar más atractivas que si no lo llevaran, pues les estiliza mucho toda la silueta y les hace parecer más altas, además de darles un porte muy digno y elegante, como si fueran princesas almenadas que tocan el arpa.
 Por las calles de Teherán, al igual que en el resto de las ciudades de Irán, las calles están llenas de fotos de mártires caídos en la guerra contra Iraq.
 Son todos muy jóvenes, conmueve verlos serios y estremece pensar que probablemente, ninguno de ellos imaginase en su momento que su retrato iba a colgar permanentemente en las calles de la capital porque su vida ya no existiese.
 Entre los vivos también se ve desigualdad y pobreza, achacada por el gobierno al embargo exterior de los americanos y sus compinches. Y viceversa.
 Niñas harapientas de la edad de mi hija mendigan, suplicantes, postradas en las aceras más concurridas...
 Personalmente podría llegar a aceptar, fijaros bien en lo que voy a decir, podría llegar a aceptar hasta la implantación de la sharia en todo el país si el resultado no fuera el mismo que siempre en todo el planeta: desigualdad y pobreza.


 Me da lo mismo, el resultado es nefasto igualmente, inaceptable, un camelo, una tomadura de pelo.
 Todo ha fallado.
 Comparado con lo que podríamos ser, no somos nada.
 Tal vez una especie superior y evolucionada de cucarachas lo hará mejor en un hiperfuturo.



 El hombre ha fallado, sin importar cuáles son sus ideas ni sus métodos.Que nos chutemos dosis de optimismo, humor, belleza... emociones para deambular efímeramente por el planeta no quita que esté hecho un cuadro comparado a como podría estar.
 Islamismo, cristianismo, democracia, dictadura, comunismo, etc. Todo ha dado idéntico resultado. Intentos, experimentos fallidos para una gran mayoría. Máximos exponentes del fracaso de organización humano.

 El dueño del albergue, a la mínima ocasión que se le presenta, aprovecha que soy español para hablarme de toros y mostrarme su desacuerdo...
 Tiene guasa en un país donde al parecer, se pasan por el forro los derechos humanos.
 Aunque una cosa no quita la otra.
 No le digo nada, para qué discutir, yo no soy culpable de los toros como él no es culpable de lo inaceptable que haga su gobierno. Eso sí, si es un francés, le suelto lo de Muroroa y lo de Greenpeace, etc. etc. Con los franceses soy implacable en este sentido.


Sin piedad.
 Ayer por la noche iba caminando por el centro. En un momento dado se abre la verja de un gran ministerio y salen a la cinco hombres que se ponen a caminar delante mío. No tardo en darme cuenta que excepto el militar que los custodia, los otros cuatro van esposados entre sí, de dos en dos. Uno lleva la chaqueta por encima de la cabeza, no sé si por el frío, la vergüenza o para que no se le vea si le han calentado la cara. Hace frío, noche cerrada, avenidas sin tráfico, calles desiertas llenas de desangelados edificios de ministerios con consejos morales colgados de sus rejas.
 Los presos caminaban a buen paso, dos de ellos fumaban un cigarrillo con la mano que les quedaba libre.
 Me dejaron triste y meditabundo.
 A veces al viajero lo asaltan anhelos, emociones, tristezas, faltas pasadas.  Muy a menudo se ocultan de las crónicas de viaje. Suele pasar cuando se baja la guardia; al amanecer o en medio de la noche, tras comer mal durante un poco de tiempo, cuando enferma o sencillamente cuando pasa algo en concreto que te trae olores de otro tiempo y otros lugares.
 Esa mañana me despierto falto de calor.
 De calor humano, claro, el radiador de mi cuarto funciona perfectamente.
 Una hora más tarde mientras camino apretando el paso -estoy helado- entre hordas de vehículos ruidosos lo vi todo bien claro:


 -Quién va a querer a alguien que lo que de verdad le gusta es vagar sin rumbo por las trepidantes y heladas calles de Teherán.
 ¿Mis ex? Ja, ja. No me hagas reír. Para nada. Se cansaron, no me comprendieron, yo qué sé...
 Hay gente que no considera divertido comer con una mano y espantar las moscas con la otra, tirarse dos días y dos noches dentro de un autobús y/o que te piquen todos los mosquitos del trópico de Capricornio... o es incapaz de disfrutar cuando te detienen varías horas en una frontera fea de narices unos funcionarios en exceso amenazadores o cuando te toca una azafata antipática en el avión.
 Y encontrarte es difícil, casi imposible. No sólo tendríamos que, de alguna manera, cruzarnos y conocernos, sino, y lo que es más difícil, reconocernos.


 Debes estar en algún lugar del globo, no sé dónde, ni idea...porque mira que es grande, ¡qué mala suerte!... y además, aún no te conozco...qué putada, ¿eh?
 La pasamos jugando al, a veces emocionante, a veces cansino, juego del gato y el ratón, te imagino cruzando a Turkmenistán el día que yo entro en Irán, tomando un avión a Delhi en el momento que aterrizo en Kuala Lumpur, si me decido por Malí, tú eliges Senegal, y si coincidimos en Marruecos, es más, en la montaña, -ánimo, estamos cerca- resulta que tú marchaste al Atlas y yo, como no, al Anti-Atlas.
¿Cómo puedes estar en Pinto si yo paré por Valdemoro?
Y qué carajo haces en Mendoza, oye, mira, qué estoy en Ushuaia...
 Tal vez en el próximo tren...
 No, no, en Vietnam no, ¡en Indonesia!
 Brrrrr
 El caso es que estoy solo, y así me siento. A miles de kilómetros de cualquiera, plantado y pensando esto en una esquina de una avenida cualquiera de la capital iraní.
 Tengo todo el humo de los coches que quiera, un sol que no calienta y una furiosa avenida por cruzar.
 A mi alrededor, Teherán, aunque al menos en esta parte de la ciudad, no se respira romanticismo en exceso. Los carteles de jóvenes fallecidos, mártires de la guerra con Irak, cuelgan de las farolas, moviéndose como sábanas al viento.
 El entorno se me antoja demasiado hostil, pero siento que estoy exactamente donde quiero estar.
 Mis dientes castañean de puro frío. Los pies me duelen.
 Pelotones de taxis verdes me arrojan soledad y libertad a partes iguales, mientras trato de esquivarlos y llegar más o menos a salvo, a la otra orilla. 


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