Yo no soy
africano, ni tampoco al menos un experto viajero, curtido en sus territorios y
ni tan siquiera escribo acerca de África, es demasiado para mí.
Yo sólo cuento mi viaje.
Es lo único que quiero dejar claro antes de
empezar.
Y todo empieza una luminosa mañana en Rabat,
en la calle de la embajada de Mauritania
donde un nutrido número de viajeros esperamos nuestro visado.
donde un nutrido número de viajeros esperamos nuestro visado.
En la frontera
mauritana ya no se concedían desde que en los últimos dos meses habían
secuestros de extranjeros, entre ellos tres españoles que a la hora de escribir
estas líneas –febrero 2010- todavía se
encontraban retenidos en alguna parte del desierto sahariano.
Pobres de los
despistados que no se habían enterado de este cambio de formalidades y llegaban
hasta la frontera norte mauritana esperando que les dejaran pasar tal y como en
los últimos tiempos.
De nada les serviría
enfadarse, suplicar o llorar.
Tenían dos opciones,
o anular el viaje, o hacer el equivalente de la distancia Madrid-Moscú en una
ida y vuelta a Rabat de pesadilla, por lo imprevisto de este obligado viaje.
Al parecer todos los
días llegaba gente sin visado al puesto fronterizo.
Yo mismo lo pude comprobar días más tarde.
Una mujer senegalesa de mediana edad lloró e imploró durante
horas –esta frontera no es “rápida”- mientras era rodeada de policías que no le
dejaban otra opción que marcharse de allí en busca de una extremadamente lejana
embajada.
Decía que no tenía
dinero para volver. Ni tampoco el dichoso visado para continuar.
Tal vez la mujer ya contaba con todo ello pero cuando yo
pasé ya era de noche y allí se quedó, no me pareció un buen lugar para pasar la
noche, y menos para ella y sus circunstancias. No sé que ocurrió al día
siguiente, ni cómo terminó la historia.
Pero estamos aún en
una soleada y tibia mañana en Rabat, empujándonos unos a otros en una pugna por
ser de los que consiguen acceder al minúsculo cuartito en el cual se depositan
los impresos y papeles necesarios para que te concedan el visado.
Me rodean hombres de
edad madura con chalecos de los de explorador, caras curtidas, con aspecto de
llevar bastantes años cruzando África. Se muestran amables entre ellos y con
los demás. Alguno lleva hasta los grandes y largos bigotes propios de los
exploradores victorianos. A lo mejor me equivoco pero imagino que muchos habían
dejado su salacot en el coche. Parte de ellos conducen 4x4, otros viajan en
carísimas autocaravanas último modelo, bastantes pasarán el invierno en el
Sahara.
Luego están los
moteros, suelen ser tipos solitarios y bromistas, se les puede reconocer porque
llevan una jugosa capa de mosquitos aplastados en algunas partes de sus
cazadoras, la cara roja y congestionada y pañuelo en el cuello. Van algo
despeinados y parecen un poco “colocados”, esto es así porque recorrer largas
distancias en moto además de ser deporte puro y duro pues también como que te
“pone”, cualquiera que lo haya hecho lo sabe. Para mí son los verdaderos
esforzados de la ruta. Aparte de los ciclistas, por supuesto. No se admite
ninguna comparación con el viajar en coche, es otro mundo, otra dimensión,
diferente.
También hay jóvenes
con pantalones de algodón, de esos cagados, semi-rastas y aspecto
cuidadosamente desaliñado. Hay uno, simpático, con una gorra en la que había
dibujado el recorrido de sus viajes. No hace falta preguntarle si piensa
lavarla algún día.
Otros llevan
camisetas de esas de piloto de rally que parece que han conseguido patrocinio
de las más diversas marcas, reminiscencias del París-Dakar imaginé.
Pero esto no era así
en absoluto.
Me pongo a hablar con
uno de ellos, el que más pegatinas lleva. No sabe lo que es Nouakchott…
-Si, si, Nouackchott,
capital de Mauritania.- Le dije.
No sabe. Y va para Malí.
-Pues es que tendréis que cruzar por Mauritania…
Hablamos de más
cosas, es su primera vez.
Esto no es ningún delito,
también lo es para mí, -yo sólo conocía
Marruecos y el norte de Mauritania-. Soy
un novato a más no poder, como días mas tarde quedará demostrado, pero
transcribo parte de la conversación.
-Oye.- me dice- ¿Y en Mauritania cuánto hay que pagar en los
controles de policía?
-Nada, yo sólo he estado una vez pero no di, ni tampoco me
pidieron, ni un duro.
-Bueno, pues me gustaría saber al igual que aquí en
Marruecos hay que pagar 20 dirham en cada control, cuánto es allí en
Mauritania…
Decididamente no
tiene ni puñetera idea.
Alucino, y mucho,
pero intento por todos los medios que no se me note en la cara.
Seguimos conversando.
-Es que –me dice- si por un poco de dinero
consigues que no te monten un pollo pues está bien, ¿no?
Pues, no -pienso- ¡no
está bien!
En Marruecos no
tienes que dar ni un duro, otra cosa es regatear las multas, y en Mauritania
tampoco, nada de nada. Más abajo imagino que tampoco, a menos que no quede más
remedio, por no llevarlo todo en regla, por tener prisa o por haberte metido en
algún lío.
Cambio de tema mientras pienso que el África negra debe ser
un pollo detrás de otro. El viaje posterior me ha demostrado que esto sólo es
cierto en parte, en otras ocasiones África se me ha mostrado maravillosamente
no complicada.
-Oye –continua- y en África no hay GPS que valga, ¿verdad?
Trato de explicarle
que sí, es más, a veces hay tanta información de los sitios con sus “waypoints”
o como se llamen, que los que no lo usamos nos cuesta poder encontrar
información de cómo llegar a los sitios a la manera tradicional.
-¿Llevas al menos un mapa? Le digo.
No, no tenemos- son dos hombres, no muy jóvenes, los
cuarenta ya no los cumplen- Pero tenemos un listado de los lugares por donde
tenemos que pasar.
Lo del mapa no me
parece del todo mal, me gusta la gente que viaja sin mapa, en su lugar me
enseña un papel arrugado.
Lo leo, el orden no
es correcto, hay errores garrafales. Entre un senegalés y yo, se lo corregimos.
Yo tampoco llevo mapa físico pero al menos lo llevo en mi cabeza de tantas horas
que me he pasado soñando con el viaje. Y sé cual es la capital de Mauritania. A
estas alturas ya estoy seguro que ninguna de las marcas de su camiseta lo
patrocina. Es imposible, además va con un turismo, un Fiat normalito. Eso sí
que no es problema, es todo asfalto, le dice el senegalés.
Me quedo con cierto
desasosiego por la noche cuando escribo mis notas. No sólo pagarán a los polis.
También lanzarán caramelos a los niños y sobretodo pagarán por la mayoría de
las cosas unos precios astronómicos. La liarán allá por donde pasen, pero mi
inquietud no va por ahí sino que se basa en el hecho de que todos somos
ignorantes a diferentes escalas, en unas cosas más y en otras menos, entonces
me asaltan las dudas.
¿Cuáles serán mis cagadas?
¿Cómo saber de lo que no me entero, si ni siquiera soy
consciente de qué no me estoy enterando?
¿Dónde estoy yo clavado en mi estereotipo? Porqué está claro
que estoy metido en alguno.
Es preocupante. O no. Tiro para adelante y ya iré
aprendiendo. Y por fin, algo bonito. Lo que empuja al movimiento, al viaje. En
lo que se resume casi todo, sería:
- ¿Qué me queda por delante?...
Ofrezco mis virginales carnes al África negra.
¿Seré lacerado hasta las entrañas?, ¿Penetrado brutalmente? África no parece
una amante delicada precisamente, me temo que no le van mucho los preliminares,
aunque claro yo hablo de oídas…
Sobre África hay un
montón de tópicos.
¿Seguramente la odie,
cómo al parecer, la odian todos los que la aman?
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