Lo que pagó Abdelmin en el último puesto de control, antes de abandonar
Por lo que más tarde puede ver, y teniendo en
cuenta que soy un novato, la cuestión de los controles y los policías corruptos -los hay que no lo son- en casi toda África Occidental, funciona más o menos así, uno puede decidir
entre pagar con dinero o con tiempo.
Si alguien no puede o no quiere pagar se echa
a un lado de la carretera y a esperar.
Una espera que puede tardar horas, y a veces,
según he leído de otros viajeros incluso días.
Hay que intentar que el policía de turno se de
cuenta que uno no tiene prisa, o que se canse de tenernos allí, o que se le
ablande el corazón y nos deje pasar o que haya un cambio de turno, o que ocurra
lo que sea que nos permita seguir, cosa que al final siempre ocurre.
A veces se puede acelerar el proceso a base de
ingenio y confraternización.
¿Cuál es el problema entonces? Pues que no
solo hay un control, hay decenas de ellos, por lo que si se decide no pagar, un
viaje de no muchos kilómetros puede hacerse interminable.
Pero esto mismo es también un problema para el
que decide ir pagando, pues no se paga mucho, pongamos que en torno al euro y
medio o dos euros, después de regatear.
¡Qué poco!, dirá el lector, pero ahora
pongamos que hay 15 o 20 controles por delante para cruzar el país, y que uno
no cruza sólo un país sino que sean cuatro o cinco. Teniendo en cuenta que uno
ya se gasta una pasta en fronteras y visados, ir además por la cara pagando en
controles sale por un pico.
Por no hablar de la inmoralidad que supone
hacia los viajeros que van a pasar después que tú y a los que consolidas este
tipo de peajes.
Pero esto no es una dinámica de indudable
certeza, es decir, que a veces ellos piden dinero, tú contestas con una sonrisa
que no, y sigues adelante, no hay reglas fijas, no se para de improvisar.
La vida
no es un bloc cuadriculado sino una golondrina en movimiento…
Días más tarde en Guinea Bissau de vuelta a
Gambia decidimos no pagar nada a nadie y tardamos más de cuatro horas en hacer
cien kilómetros de buena carretera.
Pero ahora estamos en Senegal todavía, W
comenta que este país estaba mucho peor hace un tiempo. Hoy en día apenas te
encuentras algún policía pidiendo dinero.
Entre el pagar con dinero o con tiempo hay mil
matices y posibles escapatorias, esto debe darlo la veteranía. Experiencia que
el poli de turno enseguida se da cuenta de quién la tiene y cuánta.
Por ejemplo muchas veces, basta tener todo en
regla y bromear con el guardia para pasar sin problemas. Esto ocurre en la
mayoría de ocasiones, para ello no sólo se tiene que tener cierta gracia sino
además ser rápido y conocer bien el idioma en el que se está hablando con la
autoridad. Casi siempre se puede recurrir a lo que más nos une con aquella
gente, algo que sea universal y de lo que entendamos todos. O sea, el puñetero
fútbol.
El fútbol es visado, es pasaporte, es salvoconducto,
es saludo, es izar la bandera de la banalidad enseñando al otro que eres como
él y que no ha de temer nada de ti.
No siempre funciona, pero en ocasiones sí..
El fútbol es el esperanto del planeta.
A mí no me gusta demasiado pero me gustan sus
efectos en el viaje. Aunque al final resulte algo cansino.
En otras ocasiones, ya lo he comentado, es tan
fácil cómo decir que no:
-Oiga,
déme un regalo. – Nos dirá el policía, normalmente un tipo muy alto, muy negro
y con gafas de sol.
-Ay,
lo siento mucho, no tengo nada.
-Está
bien, continúe.
Tan fácil como eso. Otros se contentan con
unas galletas. Hay también controles de tráfico en los cuales revisan el
vehículo. Se te pone el guardia delante y después detrás:
-Señor, intermitente de la derecha.
Lo pongo y funciona.
-Intermitente de la izquierda.
Lo pongo y en ese momento pasa una furgoneta
sin intermitentes ni luces, solo chasis y abolladuras.
-Ahora póngame los cuatro a la vez
Lo hago. Continúa con las luces, mientras pasa
un coche sin cristal delantero y completamente destrozado por un lado a causa
de algún vuelco o costalazo.
-Triángulos de señalización.
Se los muestro mientras pasa otra furgoneta en
la cual hay gente colgando del chasis por fuera, pues dentro ya no cabe un
alma. En el techo y sujetados por una red, unas diez ovejas y varias gallinas.
-Y ahora – y pone cara de satisfacción pues está ya seguro de que nos va a pillar- enséñeme el extintor.
Se lo enseño, pues habíamos comprado uno nuevo
en la frontera de Rosso, W, se las sabe todas.
Al tío le sale humo por las orejas pero
intenta disimularlo, mantiene el tipo y tiene la sangre fría para encima decir:
-Este extintor es muy pequeño y no vale.
Y
cuando ya está seguro de su victoria, meto la mano debajo del asiento y, tachaaaannnn
, le saco un enorme extintor mucho más grande, está vacío y caducado pero él no
lo sabe. Se rinde, claudica, se doblega, abandona. Nos devuelve nuestra
documentación.
-
Pueden seguir, buen viaje.
A
veces, se complican mucho menos la vida, así es mucho más divertido:
- Su amigo tiene el pelo blanco. Pelo blanco,
tiene que pagar. - me dice una vez uno señalando a W. en una calle de Bissau
¿Buen
ejemplo de una posible simplicidad africana?
No sé si se le puede llamar así, en todo caso
un descojono. Nos lo tomamos a cachondeo y le decimos que no tenemos dinero,
nos deja marchar.
Si hay algo que también abunda en África es
sentido del humor.
Otras veces es lo mismo pero en plan
dramático:
-Mira aquí- me dice otro policía en la
frontera de Senegal con la ya cristiana Guinea Bissau- No tenemos dinero, no
tenemos para comer. Dame algo.
Me lo dice sentado, fumándose un cigarrillo, y
rodeado de cerdos y gallinas.
Otras veces los policías no van de uniforme,
son muy jóvenes y van vestidos de raperos americanos.
Se te plantan en medio de la calzada y te dan
el alto.
Tú lo que ves es un negro hiphopero plantado
en medio de la calzada alzando la mano para que te detengas.
Si además no se ha visto ningún cartel, señal,
madera o incluso piedra, a uno, le cuesta pararse, qué querrá este chaval, se
piensa, y a lo mejor es policía o de aduanas. Se les puede pedir el carné, te
lo enseñan brevemente. Si uno no se percata de su existencia o si te das cuenta
parando tarde, una vez pasado ya el puesto de control, se cabrean bastante.
Otras
veces, las menos, son controles de velocidad, en Senegal, me tropiezo con uno:
-Oiga, sabe usted que iba muy deprisa, por lo
menos a 80 y está limitado a 60.
-A ver ¿y el radar? – le digo, medio en broma.
Se
lleva su dedo a su ojo derecho y me dice:
-Aquí está el radar.
Buenísimo. Así da gusto. Después de regatear lo
que pagamos es casi nada.
Son muchas más las diferentes situaciones que
con la policía puedan ir saliendo al paso del viajero, casi infinitas, pero
para resumir, meatrevo a decir que la norma es que no hay norma.
Sí que me parece que existan reglas más o
menos fijas como son que el enfadarse no vale para casi nada, el ir de chulito
y perdonavidas tampoco, el parecer tan bueno que pareces tonto tampoco. El
ponerse nervioso puede ser muy contraproducente. En fin tranquilidad y bastante
sentido del humor puede que sean las mejores medicinas, aunque en ocasiones
cualquiera de las antes desechadas puede llegar a valer.
Desde casa escribiendo esto lo recuerdo como
algo muy divertido, pero hay que tener en cuenta que después de muchas horas de
viaje, de carreteras con cráteres y socavones, cuarenta grados a la sombra y
una decena de controles pasados tocándote las narices esa misma jornada, el
ánimo de cualquiera puede llegar a flaquear.
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