Nota actualizada del autor:
Que
frívolo parece escribir sobre Alepo de la manera que continua con la que está
cayendo, pero cuando estuve allí, así era Siria. Creo necesario dejar
bien claro la naturaleza de una gente educada y pacífica, un país
maravilloso con el viajero, probablemente el mejor que he visitado en mi
vida. El futuro y una serie de malnacidos desde sus lujosas poltronas
decidieron destruirlo, y como tantas veces a lo largo de su historia,
espero, ferviertemente, que resurja de sus cenizas una vez más.
ANTES:
AHORA:
........................................................................................................
ALEPO- PRIMERA PARTE
Me deja el autobús en el centro de Alepo un
viernes por la tarde. No tengo libras sirias, las busco inútilmente pues está
todo cerrado, también doy una gran vuelta buscando un hostal mochilero en
concreto y resulta que estaba a dos minutos de donde me dejó el autobús. Mientras
lo busco un vendedor me regala una rosquilla del montón que estaba mirando,
porque sí, por la cara, sonriendo sin esperar nada más, detallazo propio de
países musulmanes, le doy las gracias y me voy, me miro en un escaparate
cercano, ¿tendré cara de hambriento?
Esa misma tarde, mientras pregunto la
dirección del hostal me doy cuenta de la exquisita amabilidad y educación de
los sirios. Cuando se pregunta algo, lo más seguro es ser acompañado un buen
trozo o incluso todo el camino hasta llegar al destino. Así conozco a Jamal, es
un hombre maduro, con gorra parisina, perilla y todo el aspecto de un
intelectual o escritor, me acompaña hasta la puerta del hostal dándome
conversación, centrada en una bebida alcohólica de origen español de color rojo
que tomó anoche y que al parecer no es vino, imagino que será sangría. Me da su
teléfono y me dice que si quiero puedo llamarle para salir a cenar a un sitio
bueno y barato. No lo haré, hoy en día me arrepiento, parecía un buen tipo, me
habría contado un montón de cosas interesantes, pero no sé porque esos días me
apetecía estar solo.
Cuando viajo intento no tener
reglas- excepto las que atañen a la propia supervivencia, por supuesto-, ni
tampoco método, y muchas veces ni tan siquiera lógica. Ya tengo que aguantar de
todo eso en demasía en mi vida no viajera. Puedo pasar de puntillas por varios
países moviéndome rápido, puedo quedarme tiempo en algún sitio si se me antoja,
a veces quiero estar solo y en otras ocasiones acompañado, no le debo en este
sentido nada a nadie, ni tengo porque dar explicaciones a nadie excepto a mí
mismo, y muchas veces ni me las pido. Soy egoísta, de acuerdo, individualista,
no voy a discutirlo, me gustaría que todo fuera idílico y maravilloso pero no
quiero salvar el mundo ni a casi nadie, me bastaría con verlo, tengo bastante
con salvarme de arder en cualquier infierno y seguir respirando.
Los no
iniciados en los viajes en solitario deberían saber – los otros ya lo saben- que se sale de casa
solo pero luego no se está solo si uno no quiere. Oportunidades de viajar
acompañado saldrán continuamente durante y a lo largo de todo el periplo. Más,
cuanto más joven se es. No me refiero a ligues únicamente, ocasionales o no,
hablo de compañeros eventuales que la mayoría de las veces serán otros viajeros
en solitario. Se encontrarán a patadas, a montones, no sé muy bien por qué, tal
vez porque somos muchos haciendo lo mismo. Para viajar en solitario y en
soledad, hay que tener una verdadera intención de hacerlo porque las inercias
naturales van justo en el sentido contrario. Si uno al viajar no busca
expresamente el conocimiento del país, conocimiento que siempre será superfluo,
a menos que se resida años – será superfluo pero a años luz de cualquiera que
no haya estado allí-, si uno al viajar no busca hacer amigos ni conocer otras
culturas, cosas que vendrán por añadidura, si uno al viajar consigue no
pretender crecer, no pretender nada, excepto dejarse mecer por el movimiento,
adorar el movimiento, vivir el movimiento, entonces tendrá que ir solo y en
solitario. Cada cual lleva su ritmo. Lo demás es darse una vuelta con la pareja
o con los amigos, cosa que no está nada mal ni mucho menos, pero no nos
engañemos, no es lo mismo.
El hostal que elijo en Aleppo es el más
conocido, el Spring Flower Hostel.
Sólo tiene de bonito el nombre.
Bueno, también en cuanto a decoración es espectacular,
sobre todo porque como buena casa árabe, desde fuera no parece que vaya a ser
así.
El manager, así lo llaman, no está.
- No, lo que yo quiero saber es cuánto vale
una cama en un dormitorio y cuánto vale una habitación para mí solo. Los
precios, por favor.
A duras penas consigo hacerme entender. Luego
subo a la terraza cubierta donde hay varios occidentales. Dos de ellos
mantienen la típica y cansina conversación sobre lo mal que habla la gente en
inglés. Estos hijos de la gran Bretaña en vez de agradecer que alguien haga un
esfuerzo fuera de su honorable lengua materna para hablar su esperpéntico
idioma lo critican quejándose del bajo nivel que encuentran. Desde luego no les
digo nada en mi inglés macarrónico, y me siento más cerca de los empleados que
no saben un pijo de inglés.
Quiero cambiar dinero, aquí pone que se cambia
dinero, que tengo que esperar al manager que está fuera, que vale que lo
espero, que no he comido nada en todo el día y necesito cambiar dinero para
comer algo, qué ya me avisarán. Al rato me dicen que ya ha llegado el manager,
subo a donde me dicen y me sientan diciéndome que el manager se ha puesto a
cenar y que debo esperar a que termine. El manager debe de ser un aristócrata y
no puede hacer dos cosas a la vez. Hay gente a la que no le gusta ser molestada
mientras comen. No pasa nada, primero el manager después los clientes. Pasa una
hora y el manager no termina. Con un poco de suerte igual hasta revienta de
tanto comer. Yo cada vez estoy de mejor humor, las tripas me suenan, llevo en
todo el día un pastelito y una rosquilla, y al otro lado de la puerta hay un
manager comiendo hasta hartarse. El currante se da cuenta de la situación y
entra volviendo a salir con el dinero.
Salgo a comer un kebab de falafel, un vaso de
yogurt y una especie de pizza con tomate. Delante de mí se planta un hombre sin
decir nada, me mira fijamente, pido otro kebab y otro yogurt para él, se lo
come en silencio y cuando termina hace lo mismo con otro tipo.
Como deprisa y con ansia. Al día siguiente lo
pagaré.
Regreso al hotel, después miró por la tele
las espectaculares y temibles imágenes de un gran tsunami que devasta parte de
Japón, en la sala hay japoneses, las imágenes son dantescas, los japoneses ni
se inmutan, como si estuvieran viendo el tiempo del fin de semana. Desde luego
les han enseñado de manera efectiva que no deben mostrar sus sentimientos.
Decido coger un libro sobre Siria de una
estantería cerrada bajo llave. Debo pagar un depósito con el doble de lo que
vale la habitación para hojear un libro. Por la seguridad del libro, me dicen.
-No, no, verás es que no voy
a llevarme el libro, lo voy a leer aquí mismo- señalo la mesa-, y enseguida lo
devuelvo.
-Eh, oh, lo siento, pero por
la seguridad del libro debe pagar depósito.
Vamos a ver si el libro corre peligro y
necesita seguridad es que soy peligroso. Qué buen rollito, qué bien, eso es lo
que yo llamo hacerte sentir como en casa.
Trago y como no tengo lo que
me pide en libras sirias le doy veinte euros al manager y desaparece.
A la media hora ya he sacado toda la información
que necesito del libro, quiero devolverlo y quiero mi depósito después de que
comprueben que no he usado ninguna de sus hojas para ir al baño ni nada por el
estilo.
-El libro está a salvo, dame mi dinero por
favor.
Uso el inglés. El chavalín no
me entiende.
- Yo libro, tú dinero, ¿okey?
Nada.
Paso al árabe. Más o menos.
Nada.
Me mira con cara de
gilipollas. Tengo el libro en las manos, él conoce la historia pues ya estaba
antes cuando lo cogí.
Uso el casi universal lenguaje de gestos.
Nada.
Paso al puro español:
-Oye colega, ¿te estás
quedando conmigo? ¿Me estás vacilando? Mira que estoy muy loco…
Me mira, se mira las manos, mira el libro y
suelta:
-Ah el dinero, el libro.
Ahora sí lo ha entendido.
Allah ilaha ilalá.- Yo recito la sahada, la
declaración de fe musulmana, en este caso usado como un ¡aleluya! cristiano.
-El manager se ha ido- me
dice.
- Bien, por mí como si no
vuelve, ¿y el depósito?
- El depósito se ha ido con
el manager.
Me lo imagino con mis veinte euros y con lo
que les ha sacado a los japoneses que vegetan por el hostal en algún club de preciosas
bailarinas rusas de la ciudad.
Al día siguiente en cuanto me
despierto me marcho a buscar otro hotel. Con mis veinte euros en el bolsillo,
eso sí. y despidiéndome a la francesa.
En ningún idioma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario