Hace un radiante día soleado, estoy sentado
desayunando un batido de frutas con leche en la puerta del local que los vende,
unos franceses me preguntan como si fuera un local, un sirio quiere que le de
un zumo, me confunde con el dependiente. En Turquía me pasaba eso unas cinco
veces al día, aquí en Siria al paso que voy bato todos los records. Un
estudiante de ingeniería técnica se me acerca e intentamos entendernos en una
mezcla de inglés y árabe. Un hombre me dice algo, y le digo que no gracias pues
creo que lo que trata es de venderme algo, entonces me dice que por qué no
gracias, y veo que me preguntaba por una dirección.
Acabo mi batido y me pido
un vasito de sahlab que es como una exquisita leche merengada caliente muy
barata, entonces un abuelo con el turbante tradicional sirio se me acerca a
preguntarme también algo ¿Me habré puesto en algún punto de información? No es
una zona de cruisin, no van por ahí los tiros, solamente estoy en el centro de
una ciudad con mucho movimiento, el abuelo al ver que era extranjero me ha
sonreído y me ha bendecido pronunciando el nombre de Alá mientras se tocaba la
cabeza con la mano derecha a modo de despedida.
¿Cómo explicar Alepo, cómo describir su ciudad
vieja, su zoco antiguo, real, alucinante, no turístico, su vida vibrante en
todas partes, la amabilidad y simpatía de sus gentes con el forastero?¿Cómo
escribir acerca de todo esto? Yo de
momento no puedo hacerlo. Tendría que ser escritor para poder hacerlo, pero soy
camionero, algo viajero, mucho menos de lo que me gustaría.
Intentaré hacerlo a la manera formal.
El viajero es recibido en Alepo con una
naturalidad y cortesía extraordinarias. No sufre engaños con los precios, no
encuentra ni un solo buscavidas, es llevado literalmente de la mano por
cualquiera a quien pregunte a cualquier parte.
Lo más peligroso en Alepo es cruzar la calle.
La gente que no va conduciendo es franca,
directa, cordial y exquisitamente educada.
Por lo menos con el de fuera.
Entre ellos puede que algo menos.
Al pasar delante de una
tienda veo como un niño es abofeteado de manera brutal por varios adultos,
quizá le han pillado intentando robar algo, quizá una mala contestación, se lo
pasan de unos a otros como si fuera una pelota, el niño grita y llora.
Paseo y me pierdo por el zoco.
Alepo tiene la
friolera de 12
kilómetros de zocos, entro en un garito donde además de
vender carne te la asan, cuando pregunto los precios el patrón coge papel y
lápiz pero yo le digo que me los diga en árabe. Los números en árabe son casi los
mismos en cualquier país, no importa que se hable árabe dialectal o el más
clásico y puro. Vale la pena aprendérselos, son divertidos, tienen mucha
musicalidad y en un mundo donde el regateo es obligatorio para gran parte de
las compras se consigue de manera automática una bajada de precios.
El patrón me torra la carne,
y su hijo, un niño de unos diez años, me la sirve. En Siria y en otros países hay niños que trabajan. No
es sólo que los mayores sean unos cabrones sino que es algo cultural. No lo
justifico, no quiero justificar lo injustificable, ni eso ni otras cosas que
nos chocan a los occidentales, pero son así.
Se trata de no juzgar, pues nunca sabemos lo
suficiente, nunca lo sabremos. Sentenciar debería ser sinónimo de pasarse de listo.
La duda como estrategia para no caer en el
error.
Tal vez deberíamos aceptar, aunque no se esté
de acuerdo, las diferentes velocidades del planeta, entender que todas las
épocas son ahora mismo dependiendo de a que parte se mire. ¿Es natural exigir
que algunas sociedades se transformen en veinte, treinta, cincuenta años, lo
que en otras partes ha costado siglos? ¿Y que encima lleguen al mismo punto que
Europa? ¿Es deseable que lleguen a ese punto? ¿Somos mejores que ellos? ¿No hay
injusticias en Europa? ¿No hay cosas absurdas inaceptables? Sólo alguien que no
sepa mirar se creerá mejor que su vecino aunque le parezca que éste vive en el
medievo, incluso en la prehistoria.
El patrón me pregunta de dónde soy.
-Soy español
-¿De Sevilla?
-No, de Valencia.
-Ah, yo he oído hablar de
Sevilla, Córdoba, Granada, Al Andalus…
Al Andalus, el paraíso
perdido para muchos musulmanes.
Aunque camino mucho me está costando dormir
por las noches pues no puedo remediar hacer algo de siesta, además anoche uno
de los chavales del Alitehad Alarabe Hotel, hostal donde ahora me alojo y
absolutamente recomendable, no paraba de toser y tenía fiebre. A la una y media
me levanté para darle un gramo de paracetamol, más por mi propio interés que de
manera altruista. Que parara de toser y una pastilla para dormir me sirvieron
para descansar lo que quedaba de noche. Hoy al levantarme he llevado mi ropa
sucia a una lavandería. Nada que ver con un local lleno de lavadoras, esto es
un sótano situado enfrente de un hotel de lujo y se lava a mano en medio de un
desorden absoluto, con trabajadores arremangados entre el vapor y olor a jabón.
Cobran por prenda, lavar unos calzoncillos cuesta unos treinta y cinco céntimos
de euro, una camiseta interior unos cuarenta, los calcetines unos veinte.
Después mientras callejeo en pos de mi
desayuno veo bajar del maletero de un coche policial a dos detenidos esposados
entre sí. Tienen cara de buenas personas.
Ayer compré por Internet un billete de avión
Luxor-Londres-Valencia. Será mi regreso si todo va bien. Lo he querido comprar
ya para ahorrar dinero. Desde que lo tengo en vez de sentirme más tranquilo por
tener un objetivo físico y temporal, me siento más apretado y constreñido, como
si los calzoncillos que he llevado a la lavandería me los hubieran devuelto encogidos
varias tallas de menos. Es ridículo, pues falta más de un mes para la fecha de
vuelta y tengo que cruzar aún por otros dos países. Me tengo que quitar esta
sensación de encima, es increíble lo que hace la sugestión, nuestra mente como
nuestro peor enemigo, los budistas saben lo que dicen cuando hablan de
vaciarla. A veces lo más sensato sería poder meterla en la mochila, muy al
fondo.
A Alepo se le llama La Rubia.
No es una rubia
de bote sino de piedra.
Desde las alturas de su Citadel es fácil saber por que,
toda la ciudad parece construida con el mismo tipo de piedra amarilla. La Citadel es una fantástica
fortaleza enclavada en lo alto de un túmulo elíptico de unos 60 metros de altura con
un foso hoy seco. Tan típica que Exin Castillos, empresa juguetera conocida al
menos por todos los de mi generación, tiene una reproducción de esta ciudadela
entre los modelos de castillos que tiene a la venta.
Antes de la fortaleza al
parecer había una Acrópolis, y antes de ella dicen que por aquí pasó Abraham, y
que aquí ordeñó su vaca gris. Este hecho en árabe da el nombre actual a la
ciudad populosa de hoy tres millones de habitantes, habitada desde hace más de
cinco mil años.
Es domingo a media mañana, y una vez más la Citadel está siendo
asaltada, invadida, y yo soy atrapado justo en medio de la batalla. Un asalto
atroz generado por hordas y más hordas de escolares salvajes y adolescentes
chillones. No sé dónde meterme, espero que la contienda pase de largo pero son
centenares.
Aunque sólo fuera por sus vistas panorámicas
de toda la ciudad de Alepo vale la pena subir a la Citadel. Me tumbo al sol en lo
alto de sus murallas mientras escucho llamar a la oración a todas las mezquitas
a la vez. Es como si el mundo cantara.
Alepo enamora, subyuga, fascina y embriaga.
Me alegra mucho haberla visto
antes del inevitable día en que ya no pueda ver nada. Alepo es una ciudad
sometida a lo humano y no al revés. Se le nota usada desde hace milenios, eso
flota en el ambiente, en su manera de ser, en sus calles, en sus casas.
Alepo
hasta les puede parecer fea a los más finolis o a los más pijos.
Mejor así, que
no vengan.
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