EL TREN
MOSCÚ-KIEV-BUCAREST-SOFÍA
Espero de pie y al fresco durante un par de
horas en la estación,
no hay ningún asiento en la zona de los andenes, sí los
hay en la sala de espera pero acabo de empezar el viaje y me gusta estar en el
centro del meollo viendo entrar y salir los trenes.
Se me acerca un borracho que apenas puede
mantener la verticalidad, se planta a una distancia demasiado cercana para mi
gusto y para el de cualquiera que no le guste que le hablen a unos diez
centímetros de la cara, mientras se es escupido y receptor de un etílico
aliento. Pienso en cómo se debe decir en rumano eh tú que corra el aire, pero
no se me ocurre nada. Este comportamiento de no guardar las distancias mínimas
es tan habitual entre los beodos ¿Pensarán acaso que así hay una mayor
complicidad entre los dos o espera a que yo lo recoja en cuanto caiga? Pues se
tambalea peligrosamente. Se pone muy serio y me pregunta en inglés si puedo
hacerle un gran favor.
-¿Cuál?
- Por favor, déme dos leis-
Medio euro.
- No, lo siento.
- Pues déme un lei.
- No, tampoco.
Entonces una petarda que lo acompaña se acerca
a nosotros y me suelta una parrafada en rumano, es bajita, tremendamente poco
agraciada y lleva unas mallas de leopardo, va algo menos bebida que él y en cuanto
se percata de que soy extranjero se marchan.
Poco después se acerca un joven de pelo corto
y chaqueta de cuero con aire de conspirador, me habla en rumano pero le
entiendo sobre todo cuando pronuncia Dolce Gabana, Channel y otras marcas, le
digo que no a todo y es entonces cuando se percata que soy extranjero. Ya en
inglés me dice que por diez euros me da el perfume que quiera, original, por
supuesto.
Ya es de noche y una fina y persistente lluvia
se cuela entre los andenes. El tren que debo de tomar viene de Kiev y a su vez
creo que del mismo Moscú, terminando su viaje en la capital búlgara.
Hago el amago de subirme a un vagón, un
revisor que está por el andén me
pregunta:
-Buenas tardes, ¿dónde va?
-Voy a Sofía.
- Ese es el vagón de los coche-cama
que vienen de Rusia, espérese junto este hombre y él le dirá dónde es.- Me
junta con un hombre que me saluda mientras se enciende un cigarrillo. Le imito.
Lleva una coleta y una inmensa barba rubia canosa a lo ZZ Top, los pantalones
algo rotos, tiene aire de estar muy viajado. Tiene un algo que no me hace
desconfiar.
Me dice su nombre y pese a que no tenemos
ningún idioma en común le entiendo que va a Bulgaria porque en Rumanía no hay
ningún consulado de Estonia, su país, y tiene problemas de documentación, o sea
que no tiene pasaporte.
Subimos al tren en el vagón correcto y nos
sentamos cada uno a un lado del pasillo. Me enseña un papel con su foto, me
dice que restaura pinturas de iglesias ortodoxas, que ha estado en Madrid,
Barcelona y Sevilla y que los ortodoxos españoles son muy buena gente. Me deja
a cuadros. ¿Ortodoxos españoles?
A ratos hablamos, a ratos dormitamos.
El tren llega a la frontera con Bulgaria en
mitad de la noche, ha dejado de llover pero hay una densa neblina de negrura
inquietante.
Rasputín, el pintor viajero, así lo llamaba yo
para mí mismo, no pasa ni tan siquiera el primer control rumano.
-Problemas papeles.- Es lo último que me dice
antes de bajar del vagón.
Desaparece en la niebla flanqueado por dos
gigantes de uniforme.
El tren Kiev-Sofía atraviesa traqueteando
duramente por raíles viejos y doblados
la oscura noche entre silbatos de ferroviario para mí propios de otras épocas.
El tren baja cortando casi en vertical todo el este de Europa. No es un tren
moderno, ni mucho menos, y de vez en cuando pega unas sacudidas que aventuran
descarrilamiento pero aseguro que he estado en trenes mucho peores. La
temperatura comparada con el exterior es casi aceptable y la mayoría de los
vagones van vacíos. Éramos cuatro los pasajeros que subimos al tren en
Bucarest. Cuando paso el control de pasaportes –no hace falta bajar del tren
pues la policía de ambos países tienen la deferencia de subirse a él-, al
agente rumano no le hace mucha gracia mi manido pasaporte. Las letras de la tapa
se borraron y no lleva el nombre de ningún país, las aguas que hace el plástico
justo encima de mi foto pueden y de hecho le resultan sospechosas.
-Si quiere le muestro mi carnet de identidad- Le
digo conciliador, al fin y al cabo estamos dentro de la comunidad económica
europea, nuestros gobiernos forman parte de la misma mafia.
Lo inspecciona, parece satisfecho y sonriendo
me dice:
-¿Real Madrid o Barcelona?
No quiero fastidiarla diciendo que del
Valencia, esto es una frontera.
- Ehh, Barça, por supuesto.- El
policía, sin quererlo acababa de poner la coletilla al viaje, de establecer su
banda sonora, esta pregunta la escucharía más tarde una y otra vez. Pasados los
trámites de ambos lados de la frontera me tumbo en un compartimento no muy
ruidoso que encuentro para mí solo. Mi primer compañero de viaje –sin contar a
la fugaz y encantadora chica rumana- no me ha durado mucho antes de ser
detenido por la poli.
De una fila de tres asientos hago una cama.
Hasta aquí no ha llegado la
estúpida moda de los apoyabrazos fijos para que la peña se joda y no se pueda
tumbar. Todavía.
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