Después de llevar a un alemán a su primer baño
y masaje en un hamman pegado a la mezquita de los Omeyas de más de quinientos
años de antigüedad, y que éste quedase maravillado ante el agasajo del que
somos receptores, y el descubrimiento de que la limpieza corporal entre los
árabes es más profunda y superior a la de los europeos, me voy solo a Malula,
pueblo en las montañas no muy lejos de Damasco y uno de los últimos lugares del
mundo donde aún se habla arameo, la lengua de Cristo y de sus habitantes. Esta
es una lengua considerada muerta pero aquí la hablan un montón de vivos. Me
temo que la han matado antes de hora.
Es un pueblo donde las iglesias cohabitan a la
perfección con las mezquitas y enclavado en un desfiladero con multitud de
pequeñas cuevas antes habitadas por ermitaños, ya que el sitio invita
sobremanera al retiro y a la meditación. En algunas de ellas hay como fosas con
forma de tumba, otras recogen una buena cantidad de basura.
Siguiendo el desfiladero, es difícil perderse,
sólo hay que seguir al aluvión de turistas, se accede a las montañas que rodean
el pueblo. Por todas las cimas se ven viejos neumáticos quemados en unas
celebraciones que deben ser nocturnas. En Tamanart, sur de Marruecos, hacen
algo parecido la noche principal de su mousem, festival anual, sólo que allí lo
que queman subiéndose a las montañas son hojas de palmera.
El paisaje es árido, majestuoso y grisáceo.
En lontananza se ve otra cadena de montañas con bastante nieve, en lo que yo
creo que es el Líbano. Deben estar muy lejos y ser muy altas pues viéndose
también desde la Jebel Qasioum
de Damasco no hace nada de frío, más bien lo contrario.
De vuelta en el pueblo entro en el monasterio
de Santa Tecla. Visito una cueva llena de imágenes con una monja rara, debe ser
¿ortodoxa?, haciendo punto en su interior. Afuera un chaval da de beber agua
sagrada. En el recinto hay también un orfanato.
No se pueden hacer fotos, y yo no las hago.
A Santa tecla, como a San Viçent y a otros
mártires cristianos la quemaron y la echaron a los leones, pero ella siguió tan
fresca.
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