Llego a las nueve a la estación, el tren hacia
Luxor sale a las diez de la noche, me dirijo a la misma ventanilla donde ayer
me informé con muy buen rollo de precios
y horarios, mezclados con que si Barca que si Real Madrid, vamos lo de siempre,
pero hoy el tío es otro. Éste me manda a otra ventanilla donde hay otro hombre
flaco y malencarado.
-Por favor, un billete para Luxor
-¿En primera o segunda clase?
-En segunda.
-En segunda no queda, tendrá que ser en
primera.
-Entonces para qué me lo pregunta, déme uno de
segunda.
A estas alturas ya la hemos liado, discusión a
la africana, el defiende lo suyo y yo lo mío. No me parece que no queden
billetes de segunda porque lo que creo es que quiere venderme de primera a precio
de extranjero. Creo esto por intuición, por el careto que me pone el señor, y
sobretodo porque a la chica que iba dos puestos delante de mí sí se lo han
vendido.
Me voy a ver al jefe de estación. Me acompaña
de vuelta hasta la ventanilla. Habla con el malencarado.
-No quedan billetes de segunda.- Y se marcha.
-Bien- me rindo- pues déme uno de primera.
-No quedan plazas en primera.
-Pero hace cinco minutos habían.
- Sí, pero ya no ¿por qué se ha marchado antes
sin comprar su billete?
Voy otra vez al jefe de estación, es otro diferente,
en esta estación todo cambia muy rápidamente, tengo miedo de cuando vaya a
dirigirme de nuevo hacia el interior en vez de trenes hayan barcos.
Le explico toda la historia.
-Siéntese aquí.
Y manda con mi dinero a un subordinado para
que él compre mi ticket.
Regresa a los cinco minutos.
-Jefe, no quedan ni de segunda, ni de primera
-Ya lo ve- se dirige a mí- Hoy no tren a
Luxor, mañana.
Yo, con cara de pena.
-¿Pero no se puede hacer nada?
-Nada
-¿Y en autobús?
-No autobús por la noche, autobús mañana por
la mañana.
Tengo la reserva hecha en el hostal de Luxor y
pagado un diez por ciento adelantado. Y tengo un servicio gratuito que consiste
que un tipo del hostal vendrá a buscarme mañana por la mañana a la estación
para llevarme al alojamiento. En mi vida había hecho yo algo parecido –reservar
y tal- y justamente hoy tengo que perder el tren. No me resigno y me voy cara
al tren. Sin billete de ningún tipo. Está a punto de partir.
Le cuento mi caso a un
revisor que encuentro en el andén. Pronuncia las palabras ideales:
-Suba, yo lo arreglaré.
Sólo habla árabe, me dice que él es el
“doctor” del vagón, como el que parte el bacalao o algo parecido. Confirmo el
precio del billete, ciento treinta libras egipcias, lo mismo que en ventanilla.
-Mire, siéntese aquí- me dice- después de la
primera parada pasará un revisor, usted le compra el billete y después me da
algo de propina, okey?
Pasa el tiempo, el doctor me cambia un par de
veces de asiento porque otros pasajeros reivindican el mío, a la media hora
llega el revisor.
-¿Ticket?
- Uno a Luxor, por favor
-Son 135
Hay cinco extra, esa es la
comisión del revisor, su propina por ser yo extranjero. Seguro que a los
paletos también les sube el precio. Yo también soy un paleto, en realidad lo
tengo todo, soy un extranjero paleto. No digo nada, sería ridículo, son sesenta céntimos de euro de más y estoy
tan contento de estar dentro del tren en marcha que me callo. Me vende el billete,
le doy al “doctor” unos dos euros al cambio. Me ha costado tres euros de más
pero estoy en el tren. Va realmente lleno. En total 18 euros por unos 800 kilómetros en
primera clase. Es, si todo marcha bien, mi último tren de este viaje. Este
hecho no me alegra.
Cruzamos gran parte del país de noche, duermo
bien en mi asiento.
Me despiertan los rayos del sol colándose por
la ventanilla. Abro un ojo. Los famosos paisajes del valle del Nilo son mucho
más bonitos aún de lo que me imaginaba bajo la sutil y vaporosa luz del
amanecer. Quiero seguir durmiendo pero lo que veo es de ensueño. Entablo una
guerra por permanecer despierto, no puedo perderme estos instantes. Pasa el
carrito de venta de té, me tomo uno, pasa alguien vendiendo unas barritas de
almendras caramelizadas, le compro una y otra que parece turrón de coco.
En unas cuantas horas estamos en Luxor, la
antigua Tebas.
Nada más y nada menos.
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