Había reservado una habitación en el sugerente
Bob Marley Hostel, del tipo que se suponía que tenía que venir a buscarme no
hay ni rastro.
Una vez fuera de la estación camino un poco y
pregunto la dirección a dos tíos sentados en una mesa.
-Por favor, ¿el Bob Marley
Hostel?
-Sí, has de caminar dos calles y torcer a la
derecha y andar unos cien metros más.
-Gracias…
-Ey, no hagas caso de nadie
que te encuentres por la calle- El chaval me lo dice porque Luxor está lleno de caza-turistas, ya se advertía en la
web del hostal.
-¿Tú incluido?- Le digo de
coña, sonriendo.
-No, yo no hay problema, soy
el manager del hostal.
Quiero decirle que el mundo es un pañuelo pero
traducido al inglés tendrá guasa, así que le digo:
-Vale, gracias, te veo allí.
El manager no sé si era pero sí que trabajaba
allí, me lo encontré al día siguiente. ¿Qué os pensabais?
Acierto pleno al elegir este hostal rastafari
donde impera el buen rollo y la libertad. Ambas cosas son aún más de agradecer
después de pasear por la orilla del Nilo y ser increpado por toda clase de
personas a la espera de los ahora insuficientes turistas. Imagino que tener un
tanque en la puerta del hotel no ayuda mucho.
El hostal permanece tranquilo –no hay más
clientes que yo y un ligue danés del “manager”-, y en silencio al fondo de un
callejón sin salida. Es un auténtico oasis de paz excepto a primera hora de la
mañana cuando en un colegio de jovencitas que hay al lado de mi cuarto se ponen
todas a hacer gimnasia a la manera castrense, himno militar y órdenes marciales
dichas por un megáfono incluido. A una orden de una profesora, cientos de
alumnas a una sola voz le responden. Lo hacen con la misma energía que los
legionarios españoles, pero ellas son mucho más guapas.
Caminando por la calle me topo con un loco
barbudo y andrajoso que agarra violentamente a una mujer mayor. Forcejean. Quiere
obligarle a abrir el bolso. Le aparto, me pega un puñetazo en la mano y se va
rápidamente. La señora también se marcha sin mirarme siquiera en dirección
contraria al loco. Yo me quedo allí plantado estupefacto. La mano me duele, me
ha sacudido con rabia. Si en vez de la mano elige mi boca me salta algún
diente. Enfrente de mí hay parado un minibús repleto de gente que se ha quedado
con la boca abierta. Alrededor nuestro el tráfico ruge como una marabunta.
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