-¿Debo llevar chaqueta a mi viaje a Marrakech?-
Preguntará ingenuo e ignorante el despistado pre-turista.
No sabe que lo encontrará helado, congelado, enfermo. Flipará.
Y no para, y nadie se libra, la enfermedad te golpea en la garganta, se te
pasa a las narices, te sube la fiebre y seguramente habrá un intenso fin de
fiesta en forma de dolor de oídos.
Y así te quedas, no hay manera de deshacerte
de ella.
Al final lo primero que se hace cada mañana es mirar de donde viene el
viento. Algún día, éste para y si luce el sol y es tranquilo, te despistarás,
creyendo que se ha marchado, pero en la noche te violará, una y otra vez. Fiebre
y malestar a partes iguales.
¿Y así hasta cuando ?
En estas tierras ya se sabe, hasta que Dios quiera. Y de momento no se
cansa.
Hacía más de veinte años que el arroyo que cruza el oasis no se helaba. Mal
frío en una tierra muy poco acostumbrada a él. Ventanas sin cristales, todas las
medidas tomadas para favorecer la circulación de lo que intentan ser en otras
épocas refrescantes corrientes de aire. Pies que no conocen el calcetín. Niños a
los que no se les pudo comprar una chaqueta.
¿El ganado? Peor. Crías que se mueren de hambre, frío y enfermedad. Cabras
que pierden el pelo de sus vientres mientras se alimentan con un puñado de
dátiles ¿Leche?, en los comercios solamente.
Si lloviera, el frío se iría y bajarían los precios de las cosas. Imposible
pensar en echar mano del presupuesto familiar para intentar salvar las muchas
crías que en esta época del año nacen. Primero, las personas, luego, los
animales.
Y crías humanas también tenemos un montón.
Los erjales, los nómadas, los que todavía resisten en los
valles, en las montañas, peor.
Sequía absoluta.
Camión-cuba del ayuntamiento
haciendo lo que puede. Una manta cada dos niños, muchas veces los hombres
duermen fuera de la tienda. Para morirse. Así están, apergaminados, resecos, del
color de las piedras, mas que hombres azules, hombres azulados... Sus rebaños
cayendo como moscas, otro último toque de gracia y van ya unos cuantos.
En las casas, bandas sonoras de toses, estornudos y gargajos.
Aceite
caliente y ajo deshecho en él, vertiéndose por los oídos para acallar su clamor.
Pura medicina islahin. Uaimi
lo probó y le dio muy buen resultado. Si hubiese sido nativa lo hubiéramos
combinado con unos golpecitos de hierro al rojo vivo por detrás y abajo de la
oreja. Pura cauterización. Remedio también para el reuma entre otras cosas.
Los ánimos, congelados, la lujuria, cosa de otros tiempos mejores, más
ausente que la lluvia, que ya es decir.
A veces, cambia el viento y durante dos días hay nubes y caen algunas gotas
de agua que apenas salpican la tierra. Nada más que eso, nos dejan con la miel
en los labios. Y de nuevo vuelve a soplar, terrible y feroz, el wiming, viento del este que trae consigo todo el polvo y
arena del Sahara. Enloquecido y brutal, ya no enferma, como el que viene del
mar, pero cansa, impidiendo toda actividad fuera de casa, e incluso dentro de
éstas, el estar es un sabor a tierra permanente, tierra que no te deja ver mas allá de unas decenas de metros. El paisaje se diluye en
la tormenta de arena, ocultándose, como los misterios. La luz cambia siempre
tamizada de color tierra.
Vaya invierno, no nos está dejando ni respirar, la abuela dice que es
castigo de Sidi Rbí, el
Señor, por la poca rectitud de las gentes. Dice que ya no se reza, ya no se
ayuna, ni se practica la sadaka, los jóvenes no
quieren salir al campo con las cabras y si alguien fabrica algo lo hace mal y
con el único objetivo de lucrarse. Hablamos de las pilas marroquíes, de las
bicicletas marroquíes, de los mecheros marroquíes. Todo igual, whalo nissen. Todos andan en zig zag y así el Señor nos castiga
con estas terribles sequías y este espeluznante invierno. Y es que ella, no sabe
nada del tan cacareado y evidente cambio climático, pero me dice, que hasta hace
15 o 20 años, siempre llovía. No hay lugar para el optimismo, ven, vemos, como
su mundo se deshace en pedacitos.
Este viento casi huracanado es el mismo que en verano es puro fuego y seca
hombres y animales hasta dejarlos como el cuero de los sofás de nuestras bonitas
casas occidentales, sólo que ahora es helado. No tendría mayor importancia, si
esto no fuese la continuación de un largo invierno mucho más propio de otras
tierras mucho más septentrionales. Los viajes en burro, cosa de otros tiempos,
hoy constituirían una auténtica hazaña. Los viajes en bicicleta, un sueño, una
quimera. Incluso desplazarse con ella por el palmeral, cuando no queda mas
remedio que salir, se convierte en un viaje unidireccional, teniendo que
empujarla a pie, cuando tus deseos no coinciden con la dirección del viento.
El ajasi, el adal, el
turbante se lleva casi eternamente puesto sobre cara y cabeza y uno no se lo
quita ni para dormir, por la noche la tela sobre la cara y la respiración impide
que la nariz se asemeje a un helado de mora. Me parece casi increíble la
existencia sin él, e incluso cuesta encontrar una hora en el que no llevarlo
para poder lavarlo. Este frío inesperado recuerda que en estas tierras lo
imprevisto es mucho más habitual que lo que se
prevé.
Nosotros en nuestras casas de piedra y tierra lo pasamos mal, los erjales en sus jaimas peor, pero
aún existe un tercer grupo que lo tiene aún mas
difícil. No quiero imaginar, los emigrantes subsaharianos que pasan por aquí camino de las costas
enfrentadas a Canarias, sin ropa, ni comida, algunos a través de las montañas,
sin saber dónde están los pozos, por unas hamadas,
regs, y sierras montañosas que aseguro quitan el hipo.
Ayer cogieron a cuatro cerca de Tiznit, iban dentro de
la caja de un camión, eran nueve, los otros cinco estaban muertos, asfixia,
frío, no se sabe.
En casa, aunque estamos todos enfermos la situación es bastante menos
dramática:
-¿Y el abuelo?
-¿Y el abuelo?
- Acostado.
-¿Porqué?
- Está enfermo -desde que empezó el invierno-, hoy se encuentra peor, mira, el
abuelo ya es muy mayor (realmente lo es y mucho) y ya está muy cansado, apenas
oye y apenas anda.
Debo haberme puesto triste, pues enseguida me dicen:
- Es la voluntad del Señor, no se puede hace nada.
Y en ese momento aparece el abuelo, cansado, con un bastón, y moviéndose muy
lentamente, pero aún así me reconoce, le hablo, le grito, pero no me oye.
Hablamos por señas. Aquí hay todo un lenguaje de señas hechas con las manos,
muchísimas palabras y conceptos, si uno quiere no hace falta casi ni abrir la
boca...
Verlo así, por mucho que sea voluntad de Sidi
Rbí, me retuerce el corazón y me encoge el
estómago.¿Hasta aquí habrá llegado? ¿Será todo esto de verdad inevitable?
- Mañana vengo con un taxi, le cruzamos el río y me lo llevo a que lo vea el
doctor.
- Para qué, es inútil, ¿no entiendes que ya es muy mayor?
- Dios, que es el más grande, se lo llevará cuando
lo estime oportuno, pero antes déjame que lo vea un médico.
- Perderás el tiempo y el dinero.
- No importa.
El abuelo visitó a la médico, porque al menos en el
Marruecos rural es el paciente el que va a ver al médico y no al revés, a menos
que éste último sea privado, o sea que cobre.
No importa que en la mayoría de
los pueblos no principales no haya médico privado, total la mayoría de las veces
no se le podría pagar, si uno está muy enfermo, tiene que ir hasta el
consultorio, si uno está muy enfermo y su casa aislada o en la montaña, tiene
que ir hasta el consultorio.
Algunos consultorios habría que verlos...uak, uak
Si uno está muy enfermo y
no tiene dinero para pagar unas medicinas que siempre están a precio europeo o
más caras, la cagó. Si uno está muy enfermo y la familia no reacciona a tiempo,
pues esperaron demasiado con la esperanza de que se pusiera bien, la liamos bien
liada. Hoy en día, mucha gente se va al otro barrio por no haber ido al médico y
no haber seguido un sencillo tratamiento, antibióticos y poco más. Si uno
trabajando tiene un accidente y se queda lisiado, la hemos armado buena, si se
te muere el marido y no hay nadie que te eche una mano, la llevas clara, si uno
llega a demasiado viejo para trabajar y no tiene un soporte familiar importante
o una pensión de las minas o de cualquier otro trabajo en Francia, le espera una
vejez paupérrima. Esto que nosotros conocemos bien por medio de la televisión,
sobre todo cuando llegan épocas navideñas, cobra un significado diferente cuando
lo vemos en personas que conocemos con nombres y apellidos y a las que nos unen
lazos afectivos. Entonces la cosa pasa a convertirse en pura injusticia, si es
que antes, en medio de nuestra vorágine tan moderna y civilizada, no bastaron
los reportajes televisivos para darnos cuenta de ella.
El abuelo, a las veinticuatro horas caminaba, y a la semana, casi se
olvidaba de su bastón.
El problema, gripe y reuma, con la rodilla inflamada, en
un punto, donde, de joven, trabajando de extra en una película de un francés,
uno de sus camellos se lió de cuerdas con otro, y el propietario de éste último
además de cortar las cuerdas, rebanó la rodilla del abuelo que ya había saltado
sobre el suyo para separarlos. El director, todo un señor, le ofreció ir hasta
el hospital mas cercano, pues la película tenía seguro, y dónde podía haberse
curado bien además de recibir una suma importante de dinero y una pensión para
toda la vida, pero el abuelo, que según él, entonces no sabía nada de nada,
rechazó esta ayuda y estos trámites, aceptando una pequeña cantidad de dinero
que además no llegó a sus manos quedándose de camino en el bolsillo del
"enfermero" de la peli.
A pues no estaba acabado, míralo ahora caminando montaña arriba, o por el
palmeral, o trabajando en la huerta o incluso yendo al zoco semanal.
Ya anda, ahora sólo le hace falta oír. Y de esto se encarga una chica que sin
conocernos de nada nos hace llegar un audífono desde Barcelona.
La situación del abuelo es más o menos esta, ya no manda mucho, pues en
casa todos sabemos quien es la verdadera patrona, sus hijos, mayores, se
fueron, él, infatigable viajero hasta la médula, correcaminos a ultranza,
inevitablemente nómada inquieto, tiene que sentarse cada día a ver la puesta de
sol desde su casa, cosa venerable y tranquila para un anciano, y ojalá todos cuando seamos viejos nos sentemos a ver puestas
de sol, sentados, sin hacer nada, en el portal de casa, pero, ¿será lo que
realmente quiere?
- ¿Te gustaría hacer un viaje por el Arruy, por el Tissimi o volver a
ver Sidi Salah?- todos ellos
algunos de "sus territorios" por donde pasó gran parte de su vida- Yo tengo un
amigo con un landrover.
Le brillan los ojos, y mueve la cabeza sonriendo con gesto afirmativo, ah,
menudo bandolero está hecho.
Escribo un mensaje en internet. Pido un tío
tranquilo y un todoterreno.
Al poco, desde Madrid, me llega un matrimonio con un flamante Toyota Land Cruiser corto.
- Este coche no sé si irá bien por dónde tenemos que ir. No es un landrover.- Me dice el abuelo.
- No es un landrover, es mejor que un landrover, es un nuevo landrover.
Debe ver el Landcruiser demasiado diferente al
landrover o demasiado moderno, pues no le
convence.
- Es que hay caminos, con mucha piedra, en los que vamos a necesitar un landrover.-
-Mira,- y ya son todos los hijos a la vez los que le rodean, gritándoselo-
Este coche no es un landrover, es mucho mejor que un
landrover, haznos caso.
El viaje, merece una capítulo aparte, pero de
momento recuerdo esto. El abuelo y la abuela, visitaron las zonas dónde pasaron
la mayor parte de su vida.
-Aquí nació L, Bachir...,- señala una acacia al
borde de un barranco- aquí tenemos enterrado a L´Houcicine..., - estamos frente a un pequeño cementerio
hecho de piedras donde se entierran los habitantes de las tiendas de la zona.
Anochece y elegimos sitio de acampada.
- Hoy vamos a dormir muy bien.- Me dice la abuela, cuando más alejados
estamos de cualquier población, en plena montaña, o como diría un viajero en su
relato, "perdidos en lo mas profundo del desierto".
-¿Porqué?
- Porque aquí no hay ni móviles, ni radios, ni televisión, ni electricidad,
ni nada que se meta entre la tierra, que es donde dormimos, y nosotros, todo
está limpio, puro...
A las tres de la mañana, en medio del silencio brutal del Sahara, un silencio
denso, que se puede tocar, chupar, sentir, por culpa de unas llaves que se
aplastan durante el sueño, en medio del silencio más profundo, estalla la
increíblemente potente alarma de un "Toyota Landrover".
¡¡¡¡¡¡¡¡uuuuuuuuuiiiiiiiiiiiuuuiiiiiiiiiiiiiiuiiiiiiiiiiiiiiiiuuuiiiiiiiiiiiiiiiiuuuiiiiiiiiiiiiiiuuuuuiiiiiiiiiiiiiiu!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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