Dahab era un tranquilo y pequeño pueblo
pesquero ahora reconvertido en pueblo para turistas un poco más individualistas
que no deseen alojarse en los mamotretos masificados de Sharm Es Sheik.
Dahab es perfecta si uno es aspirante a
buceador japonés, comprador de souvenirs o familia rusa con niños. Especialmente
lo primero. A los demás es fácil que no les interese en demasía.
Es conocida internacionalmente como una de las
mecas del buceo por la posibilidad de sacarse los títulos de manera más
económica que en muchos otros lugares y por lo espectacular, dicen, de sus
inmersiones.
En estos días posrevolucionarios el pueblo
parece vacío, medio muerto. No hay ningún banco abierto aunque sus cajeros sí
funcionan. Quiero recoger una transferencia que me han mandado por la western
union pero la oficina está cerrada.
Paso unos días en una espartana casita con
suelo de playa.
Me aburro como una ostra.
Debería hacerme buceador.
O al menos, japonés.
No tardo mucho en largarme.
Por unos diez euros consigo sentar mi culo
dentro de un autobús con destino a El Cairo. Serán unas diez horas de viaje.
El sur del Sinaí es parque
nacional. Perfecta conjunción entre desierto y mar de colores turquesas
blanquecinos y azul profundo. Playas vírgenes infinitas. Plataformas
petrolíferas, tráfico intenso de buques de todos los tamaños. Montañas, arena,
y más montañas.
¿Debería afeitarme?
El extraño resulta sospechoso.
Aquí y en la China Popular.
Aquí y en la China Popular.
Una vez, hace años, iba en un autobús indio y
al chofer le desapareció el reloj del
salpicadero del vehículo.
Se montó un gran lío pero el reloj no apareció.
Fui
el único cacheado de todo el autobús.
Yo no tenía en absoluto mal aspecto, lo que pasó es que era
el único extranjero.
Probablemente llevaba más dinero encima que todos ellos
juntos.
Debemos estar llegando al canal de Suez. En un
check-point nos ponen a todos en fila con nuestro equipaje delante y nos pasan
un detector de metales. Seguimos por una carretera hundida entre terraplenes
con soldados apostados a lo largo de ella, nos metemos en un túnel largo, pasamos el canal de Suez por debajo.
Hay tanquetas por todas partes.
Ponen una
película espantosa de Vam Dam.
Una niña obesa se ha cagado.
Olor, moscas y más
tanques.
Un señor vomita.
Cuando ya empiezo a estar incómodo llegamos a
El Cairo a la bonita luz de un atardecer tamizado de polvo y polución.
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