El tren salía a las once de
la mañana, me puse el despertador a las ocho, logré levantarme a las diez. Si no
duermo por la noche tendré que dormir por el día, es normal. Además, anoche,
una perturbada que no paró durante más de tres horas de gritar justo en el
callejón al que da mi ventana no contribuyó precisamente a conciliar mi ya de
por sí esquivo sueño. Voy a toda prisa hacia la estación, sin desayunar, sin
ducharme, rompiendo mi regla de no coger taxis, y por sesenta céntimos de euro
propina incluida me planto en la estación. El billete de tren a Alejandría
cuesta dos euros con diez céntimos, el tren se llama el “fransawi” o sea “el
francés” pues parece ser que fue donado por este país. No me toca ventanilla
porque ha venido un idiota y ha reclamado el privilegio (era su asiento), sólo
que en vez de ponerse a disfrutar del paisaje y aún sin haber salido de la
estación abre un enorme periódico y se pone a leerlo tapándome la poca vista
que me quedaba.
Se silba la salida del tren. En la aséptica y
previsible Europa occidental los silbatos de los ferroviarios pasaron al olvido
sustituidos por una voz grabada y unos espantosos sonidos precedentes. En la Europa oriental y algunos
otros países a día de hoy todavía resisten. El más parecido al de las antiguas
películas es el utilizado en Bulgaria, sonaba, lánguido, entre la niebla,
sonaba a viaje, a romanticismo, a
antaño.
El idiota está constipado y no para de toser y
estornudar. Lo que me faltaba. Tal vez si hubiera desayunado y anoche no
hubiera tenido que tomarme una pastilla para dormir estaría de mejor humor y el
idiota me parecería un poco menos idiota. Ahora le están sonando los dos
móviles, ya no pararán de hacerlo en todo el trayecto, habla por ellos con aire
de suma importancia. Retiro lo que acabo de decir. El idiota además es un
hortera.
Viajar, si se deja lo suficiente a la
improvisación, incluso a la necesaria incomodidad y no se lleva todo bien
atado, si se hace por un lugar nuevo para uno, y si es, pese a los idiotas, en
solitario, es como nacer cada vez, significa verlo todo por primera vez,
aprenderlo todo una vez más con la misma inocencia que un niño, y también
cagarla y meter la pata, ir enseñándose a base de errores, viajar es como
volver a la niñez, asombrarse, asustarse, a veces, sin motivo. El balanceo de
un tren clásico o normal, no hablo de la alta velocidad, tiene algo maternal,
seguro que ya se ha dicho, pero yo me lo redescubro, así debe moverse el feto
cuando está dentro del útero de su madre. Así pero sin este feroz aire
acondicionado. En un tren me siento bien, avanzando. Éste podría ser
perfectamente como los de finales de los setenta en España pero con un sistema
de refrigeración a la última.
El paisaje entre el Cairo y Alejandría, en
esta época del año al menos, es verde en todo momento, con bastantes
poblaciones destartaladas y arrozales surcados por canales que llevan a sus
veras carreteras y caminos transitados por carretas de tracción animal y por
rickshaws idénticos a los de India.
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