El Cairo es macho, bruto, poderoso, irascible,
impredecible.
Alejandría es hembra, fascinante, bella, y si
se le mira con buenos ojos, podríamos decir incluso elegante. Elegancia muy
subjetiva pero elegancia al fin y al cabo.
Alejandría es Alex para amigos y conocidos.
Alejandría para mí es un sueño alcanzado. El
sueño de conocerla, de recorrerla, de penetrarla.
Alejandría es puesta a parir en casi todas la
guías turísticas. Que si ruidosa, que si polvorienta, que sin interés. Me iba a
gustar, lo sabía.
Llegué
un mediodía de sol radiante, salí de la estación y me metí de lleno en lo que
yo llamé –ni idea acerca de su nombre real- el barrio de los granujas. Me
adentré en él porque lo vi lo bastante cutre como para albergar algún hotel
para árabes muy barato. Ya no busco hostales para mochileros, me he cansado de
su ambiente y de ser normalmente el más viejo de los huéspedes, prefiero un
hotel para nacionales, algunos son más baratos, más tranquilos, más espaciosos.
No encontré ninguno en este barrio pero me dio tiempo a que me intentaran
engañar al querer cobrarme de más una media hora de Internet que pude encontrar
de casualidad. Como se montó una pequeña bronca y hubo algunas voces, se
empezaron a acercar chavales del barrio desocupados, y tuve, como dice Vázquez
Figueroa, que enarbolar mi bandera de
pendejo, es decir haciéndome un poco el inconsciente y otro poco el loco
valiente, salir de allí sin mayores complicaciones.
Me dirigí hacia el mar, me costó unas horas
encontrar un hotel de acuerdo a mis necesidades. Alex desde luego no está
viviendo ningún apogeo turístico. No suele estar incluida en la mayoría de
circuitos por el país. Para mí, y visto desde un prisma egoísta, mejor. El rato
de búsqueda valió la pena y encontré la que me pareció la mejor de las
pensiones de este viaje, el Clement´s House Hotel. En pleno centro, situada en
la tercera planta de un edificio de 1906 con una decoración exquisita propia de
esa época a la que se accede por medio de unos ascensores de los de antes,
cabinas de madera y cristal en los que solamente dejarse llevar por ellos
provoca un placer casi libidinoso. Una vez en el interior de la pensión, techos
altos, suelos de mármol, muebles victorianos, piano, pasillos de amplios
ventanales, plantas, escritorios con Coranes.
También, lo que ocurre es que al viajero de
bajo presupuesto, se le van encadenando pensiones y hostales tan cutres que
hacen que al llegar a una habitación con suelo de madera, ventiladores,
escritorios con tallas en su madera, percheros y armarios que en España
estarían en una tienda de antigüedades, mesas con lámpara de noche, estera para
rezar, cenicero y hasta unas sencillas flores de plástico, se emocione, o casi.
Ocho euros y medio cuesta la habitación, una
de las más caras del viaje. Escribo en mi bloc de notas: es como un sueño,
justo lo que a mi me gusta, parece hecha a propósito de mis deseos.
Los siguientes días los dedico a vagar por
Alex. Puede que vagar sea aburrido a la hora de escribir lo vagado.
-¿Qué hiciste hoy en
concreto?
- Eh, nada, no mucho, dar una
vuelta por ahí.
Punto final. No hay mucho más. Aburrido,¿no?
Pero que sea un auténtico tostón a la hora de
escribir, no significa, ni mucho menos, que lo sea a la hora de vivirlo. Vagar,
dejarse llevar, mecer, intentar hacerlo sin reglas, sin un objetivo turístico,
sin un objetivo fotográfico, sin prisas, sin porques, rompiendo los esquemas
graciosamente llamados lógicos, dejando lugar al azar, a la improvisación, a la
sorpresa, incluso al tedio, hace que mi mochila de horarios, cuadrantes,
despertadores, de rutinas, de mi reloj mirado mientras pienso que no llego, de
mis actos siempre cargados de motivos y razones, se aligere y se aireé. Y así,
quizá, llega la paz, el sosiego, y puedo fijarme en lo esencial, en miles de
cosas, no sé, lo que sea, jugar a bajar mi grado de minusvalía emocional. A la
vez es como si se me fueran iluminando zonas donde antes reinaba la más
absoluta nada, excepto el nombre del lugar donde no había estado. Donde antes
sólo había oscuridad, desconocimiento y una poco consistente imaginada
Alejandría ahora se ha hecho la luz.
Recorro su cornisa, su gran bahía con forma de
media luna, me pierdo por sus calles.
A veces tomo un tranvía y sigo hasta el final
de la línea. Los tranvías son antiguos, destartalados, con mucha personalidad,
muy humanizados. Son ideales para conocer la ciudad, no van por túneles o
puentes sino por en medio de la vida
urbana, de avenidas, callejuelas, mercados, plazas. Van despacito y
llevan las ventanillas bajadas –puedes hacer tantas fotos como desees- así que
también sirven para ir oliendo la ciudad, sus aromas, sus fragancias, siempre
fuertes en una ciudad árabe, tanto las agradables como las otras. Un mirador
perfecto y muy barato, veinticinco piastras. Ni me atrevo a convertirlo en
euros.
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