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Papá, ¿cómo es Túnez?
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¿Eh? A sí, es como el barrio del Cristo pero en grande.
Mi
padre, mayor y viajado, tiene una
sorprendente facilidad para asociar cualquier punto o paisaje del planeta con
alguna referencia cercana, familiar y por lo tanto incluso anodina.
Por ejemplo suelta con una pasmosa facilidad
que las pampas argentinas es como Albacete pero en verde o el Antiatlas
marroquí es como el desierto de Tabernas antes del plástico. No tendría ningún
problema en comparar los Pirineos con algunas montañas de Nueva Zelanda o
algunas llanuras de Castilla con la estepa rusa.
No suele equivocarse.
A mí durante tiempo me irritaba que casi cada
lejano lugar tuviese su análogo próximo, porque para que entonces marchar tan
lejos, y además qué hay del exotismo, pero muy pronto comprendí que para el
pampero o el berebere estos lugares son como para mí los otros. Es decir, lo de
siempre, que todo es relativo.
Volviendo a Túnez en concreto confesaré que
nunca había ido antes por una serie de prejuicios que pululaban por mi cabeza.
El principal de ellos es que era una especie
de mariconada para turistas, por lo tanto sería un país de pesados, desvirtuado
y no demasiado barato.
Me equivoqué –una vez más-, ninguna de estas
cosas resultaron ciertas en absoluto.
Lo que me lleva sin poder remediarlo a:
CHORRADAS
PSEUDOVIAJERAS PASAJERAS
Si
alguien, a mi entender, quiere tener unas mínimas garantías de enterarse de
algo durante un viaje además de hacer caso omiso de sus prejuicios anteriores
al mismo y de todas las opiniones recibidas de la gente que nunca estuvo allí,
no sería malo seguir una serie de pautas comunes a prácticamente todos los
lugares a recorrer.
Y ya que pasó el tiempo de lo “light”, y ahora
vivimos el boom “sin” –sin azúcar, sin lactosa, sin gluten etc.- a estas pautas
las voy a llamar “pautas sin”, y aunque
esto suene rimbombante ni tan siquiera son consejos, ni mucho menos la verdad
absoluta, ni la biblia del viajero ni nada parecido y yo mismo puedo pensar lo
contrario en un futuro próximo –mañana mismo- Muchas, también, ya han sido escritas
–seguramente lo habrán sido todas, pero yo no las habré leído-, es increíble en
muchas ocasiones como la práctica lleva a una serie de conclusiones que uno
considera propias y originales hasta que las encuentra escritas en cualquier
parte por cualquier fulano. Y no se trata sólo que no hay ya misterios, sino
que, y esto es peor –con relatividad por supuesto- que todos somos iguales.
No hay nada de extraordinario en mí.
Y lo siento, tampoco en ti.
O quizá acaso, eso mismo sea lo
extraordinario. Bueno, vale , tú sí que lo eres, un poquito…
Viajar SIN.
SIN leer los consejos de la web del ministerio de
asuntos exteriores. Ni se te ocurra, acabarás cagado de miedo. Y te irás a
comprar un billete de Alsa para Benidorm.
SIN reservar. Olvídate de reservar, ni tan
siquiera la primera noche, hay que dejar paso al azar y a la improvisación. Si
de vez en cuando caes en un sitio horrible te servirá para valorar más el
siguiente y para ir bajando tu nivel de horribilidad, que ya sabemos que puede
alcanzar niveles insospechados.
SIN compañía. Este punto es fundamental, has
de ir sola/o. Muchos/as ya lo sabéis. Sobre todo en la partida, en el inicio
del viaje. Si tienes miedo, te aguantas guapa, hay miles y miles como tú viajando
solas, si lo haces, pronto serás una de ellas y verás que tu miedo era
infundado.
Si quieres se encontrarán compañeros/as de
camino y se conocerá mucha más gente que en compañía. Además de ahorrarte la
imposible coordinación de fechas con tus amistades en origen.
SIN hacer demasiadas fotos. Sí, sí, fotos las justas, son una pérdida de tiempo y no valen para nada excepto para aumentar el
ego a la vuelta si alguien soporta que se las enseñes, además te alejan de lo
que estás fotografiando, imponiendo una “barrera” entre tú y la realidad. Encima
cuando las pones en facebook quedas como un maldito narcisista. No te refugies
detrás de una cámara a menos que seas fotógrafo en cuerpo y alma.
SIN
visitar ruinas. Pasando de ruinas, monumentos, museos y sitios donde va todo el
mundo. Este punto es muy difícil de conseguir, pero si lo haces, disfrutarás de
una intensa liberación (y te ahorrarás una pasta).
SIN billete de vuelta. Este es un clásico en
la eterna, cansina y aburrida discusión turista vs. viajero.
Aquí me gustaría poner en manifiesto que lo
bueno no es tener o no billete de vuelta
sino el tener todo el tiempo del mundo para viajar. Si no se tiene, se
recomienda no hacer el gili y comprar un billete de vuelta cuando más interese,
porque si no se corre el riesgo de pagar una fortuna cuando uno decide volver.
SIN seguir ninguna guía de viajes. En
realidad, la Lonely
o el Trotamundos son muy útiles para saber a donde NO dirigirse, dónde NO
dormir, y qué sitios evitar.
Es decir, hay que huir como de la peste de
todas las recomendaciones aparecidas en el libro.
Estas guías son muy buenas para encauzar el
turismo independiente por muy determinados circuitos del país en cuestión,
dejando el resto del mismo, casi virgen e impoluto, a los que se atreven a
desobedecerlas. Claro, esto no es conveniente que lo hagamos muchos, por
cuestiones obvias.
SIN
ordenador. Estás de viaje, ¿vas a pasarte todo el puto día en el hostel con
wifi hablando con tus amistades de origen sobre el viaje que apenas estás
realizando?
SIN
mapas. Si los necesitas a menudo, es que vas demasiado deprisa. Además perderse
adelgaza y pone a prueba la paciencia.
SIN haber mirado los lugares con google earth. Como decía por ahí un blogger, -no me acuerdo me acuerdo de verdad quién era- Abajo con la pornografía geográfica!!.
SIN hacer caso de lo que te diga un mentecato
con ganas de cachondeo mientras escribe acerca de como viajar sin tener en
realidad más idea que cualquiera.
Al siguiente post empiezo con Túnez, prometido.
Al siguiente post empiezo con Túnez, prometido.
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