He dejado atrás una Valencia que empieza sus
fallas para acabar como un saco de patatas que espera ser cargado en un
supositorio blanco en una aséptica sala de aeropuerto mientras se acumula un
retraso de más de tres horas en la salida de mi vuelo.
Esta tardanza me hará llegar de noche, perder
el último autobús hacia el centro de Túnez y caer, con la cara del pardillo
recién llegado, en las manos de un grupo de taxistas que esperan víctimas como
yo.
Tengo que negociar un precio hasta que llegue
a ser aceptable para mí y que como mínimo dobla el precio justo y normal que
pagaré en el viaje de vuelta, cuando ya conozco el verdadero.
El taxi atraviesa la noche fría por autopistas
y bulevares, la avenida Bourguiba marca el centro neurálgico de la ciudad, en
ella se ha desarrollado la primera de las llamadas revoluciones de la llamada
primavera árabe.
Fue todo un camelo.
En Siria, guerra civil o lo que sea…
En Egipto, vuelta a la dictadura…
En Libia, guerra y ahora desórdenes y
desastres…
En Túnez, la desesperanza…
Es poco probable estar leyendo este viaje a
Túnez y no saber que es lo que ha pasado en esto últimos tiempos, pero a los
flojos de memoria les haré un pequeño y superficial resumen.
Veintitrés años de dictadura con el mismo
presidente y un enorme enriquecimiento personal y familiar, tan enorme como la
tasa del desempleo entre los jóvenes del país (curiosamente menor a la española
en la actualidad), y una pobreza generalizada.
Entonces las revelaciones de Wikileaks
muestran lo que el pueblo ya sabía, corrupción y un alto nivel de vida por
parte de la familia de Ben Ali, como ejemplo sale que el yerno tiene un tigre
en una jaula que come cuatro pollos al día, más de lo que una familia normal
puede permitirse en un mes.
A continuación la red de ciber activistas Anonymous
lanza un ataque digital contra sitios del gobierno inutilizándolos. Éste se
defiende y comienza la represión en Internet, pero el resto de la comunidad
internauta de los países árabes apoya la revuelta. La red, imparable, se
convierte en principal vehículo de la revolución en un principio. Esto es lo
que dicen las noticias, por lo que hay que creerlo con mucha cautela.
La furia se desata con la inmolación de un
joven informático al que ni siquiera dejaban vender verduras en la calle. Antes
del sacrificio escribe a su madre:
-“Me
voy, mamá, te pido perdón y sin ningún reproche, estoy perdido en un camino que
no controlo, perdóname si te desobedecí, échale la culpa a estos tiempos, no a
mí…”
Días después otro joven se
lanza contra unos cables de alta tensión.
Tiempo y un montón de asesinados después, Ben
Ali tiene que huir.
Qué contentos debieron estar los tunecinos al
ver que se podían conseguir cosas, cuánta esperanza ante la posibilidad de
hacer un sueño realidad.
Y qué tristes y desesperanzados los he encontrado
en este viaje cuando ellos mismos ya se dieron cuenta que todos sus esfuerzos
fueron en vano, que las cosas nunca mejoraron, que la ilusión se diluyó.
Los últimos palos han sido el asesinato de uno
de los más creíbles activistas pro democracia, y el inmolamiento, dos
días antes de mi llegada y en esta misma
avenida que hoy recorro cubierta de barricadas de alambre de espino, de otro
vendedor ambulante, esta vez de tabaco.
Camino en la noche fría por el centro moderno
de una ciudad desangelada, casi no hay
nadie por la calle.
Voy buscando un hotel que había mirado por
Internet. Cuando llego a éste, me quieren cobrar de más.
Paso de ellos y salgo de nuevo a las calles, encuentro otro, tiene el
rimbombante nombre de Hotel Trasantlantique, sin duda no fue un mal hotel hace
muchos años, hoy es barato, céntrico y cutre.
Tiene una tele a la que le
funcionan dos canales y un radiador que funciona alegremente, estos detalles
consiguen que el ambiente sea casi hogareño. Si se llega a una ciudad
desconocida, de noche, en invierno, con algo parecido al toque de queda, un
radiador funcionando en tu cuarto puede llegar a ser casi tan ameno como la más
alegre de chimeneas, puedes refugiarte en su calor, incluso quedarte horas
mirándolo, si quieres…
Elijo la parte de la cama menos hundida y extiendo
mi turbante para evitar antiguos y al parecer sempiternos lamparones en sus sábanas.
Dormiré bien, pero antes escribiré en mi
diario –la primera nota en él- acerca de la gente que he encontrado desde que
llegué esta tarde al país:
“La gente… amable, son árabes, joder.”
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