Hace frío en cubierta pero no pienso meterme
dentro.
Alguien que pasa una vez por un lugar debería
dejar más margen al frío y al calor que otro que siempre haga la misma ruta. Al
fin y al cabo una vez es una sola vez y además es la primera. Lo que trato de
decir es que para una puñetera vez que se pasa por un lugar no se tendría que
ser tiquismiquis, al menos no en exceso.
H., vuelve a sentarse a mi lado en cubierta
buscando pegar la hebra; y consigue sorprenderme, de conversación variada y
agradable, me cuenta partes importantes de su vida y su filosofía en poco rato. Me pregunta si
soy musulmán, no le digo nada pero le recito la
Fatiha , primera y principal ázora del Corán.
Se emociona tanto que me besa en la frente.
Delante de unas ochenta personas.
Que me haga eso un tío de unos cincuenta años
con un considerable bigote me haría sentirme incómodo si no llevara años
viajando por tierras donde el islam ondea su bandera. A mí apenas me sorprende
y si algo lo hace es que alguien más mayor que yo me bese en la frente.
Trabaja vendiendo pulpo y pescado entre las
islas y Sfax desde hace sólo siete meses, tiene tres hijos, es capaz de decir
muchas cosas en pocas palabras y cuando tiene que callar lo hace sin pesarle el
silencio; lo maneja bien y sabe estar –y eso que va algo achispado-
Cuando el barco entra en el puerto me presenta
a su hija pequeña. Veintitantos, muy alta, pañuelo no llamativo en su
cabeza, atractiva sin ser ninguna beldad, acabará ingeniería industrial el año
que viene.
No me dejan pagar ni mi plaza en el taxi.
Mientras recorremos la isla hasta su capital Ramla, H. me va explicando todo
como el mejor guía turístico, sin serlo, a estas alturas ya no me cabe ni la
menor duda. Me deja en un hotel limpio, nuevo y perfecto a 7 pavos la noche.
Me cuesta mucho que acepte pero le invito a un
par de cervezas al borde del mar, damos una vuelta por la pequeña capital, me
muestra algún edificio quemado en la revolución, me invita a un té y después,
casi sin despedirse, se marcha.
La despedida, a mi modo de ver, no es el plato
fuerte de árabes y bereberes, no tiene apenas importancia al menos comparada
con la que se le da en la orilla septentrional mediterránea.
Quedamos en vernos mañana o pasado.
El Aubergue Raed en Ramla es propiedad de un
chico joven de mismo nombre, algo gordito, ha sido marino mercante y dice que
conoce los principales puertos españoles: Barcelona, Valencia, Málaga, Zaragoza
...
¿Zaragoza?
Tal vez remontando el Ebro...
Mientras escribo esto, ya de noche cerrada, ha
llamado a la puerta.
-¿Quién?
- No has cerrado la puerta-
me dice.
- No hay mafia aquí en las
Kerkennah - me lo aseguró H. esta tarde.
- No, pero tú cierra con
llave.
- De acuerdo, hasta mañana.
- Buenas noches.
Aunque hablamos en francés ya me ha demostrado
que sabe un poco de italiano y algo de español:
- Túnez tardará en
recuperarse cuatro o cinco años.
- En Europa, sobretodo en
España también estamos muy mal últimamente…
- Lo sé, lo veo en la
televisión, pero mira, aquí hay una pareja belga-española, cobran mil euros
cada uno del gobierno belga, viven aquí, eso sí que es vida.
No trato de explicarle que España también es
refugio de pensionistas europeos, lo que hago es tratar de infundirle
esperanzas.
- Tal vez, a partir de ahora
con la pos-revolución…
- Qué va, no hay nada que
hacer, mira que hotel y sólo un cliente.
- Sí, yo.
- Eso es…
En mi habitación hay cinco camas, me sobran
cuatro.
Recuerdo de Las Enseñanzas de Don Juan cuando
éste le enseña al autor Castaneda que hay un lugar específico para cada uno en
cada espacio.
Un lugar que si escogemos correctamente nos
dará bienestar y protección sólo con estar en él. Y también lo opuesto, un
lugar fatal para cada uno.
No sé donde coño tumbarme ni que cama escoger.
Leer quizá le haga a uno más culto –teoría a
la que se le puede encontrar serias grietas- pero en este caso particular,
también más indeciso.
Recorreré una a una a ver que carajo siento, podría
elegir la que me dé mejor luz para leer tumbado, pero todas, las cinco, se
enfrentan a la luz apropiada para este menester.
Lo que será evidente fue mi mala elección.
No dormiré bien casi ninguna de las noches.
Torpe.
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