Hoy las pesadillas han venido
a mí una tras otra, como las olas del mar. Entre unas y otras he estado
despierto por lo que cada una ha adquirido sólida consistencia.
He recordado la frase de Theroux:
- Viajar es tener pesadillas en camas ajenas.
Qué razón tiene.
Estuvo en estas islas y narra su experiencia
en “Las columnas de Hércules”, libro que he leído varias veces y el cual,
curiosamente, no tuvo nada que ver con mi decisión de viajar hasta aquí, al menos de una manera consciente, ya que no
me he acordado de ello hasta hoy que lo leí en internet.
Tener una memoria ultraligera tiene la ventaja
de que puedes leer un libro que te guste una y otra vez como si fuera la
primera, hay en cambio un sinfín de desventajas, entre ellas una bastante
sombría que es de que te sirve nada de lo leído si apenas se recuerda. El
consuelo puede ser que los libros olvidados no sirven para el hoy pero
sirvieron entonces, en su día. Además con moderada certeza se puede decir que
aunque no se recuerde sirvió, incluso, para forjar nuestro carácter; y si uno
exprime su optimismo, quizá se puede llegar a pensar que algo quedó en un fondo
a priori no identificable pero fondo nuestro al fin y al cabo.
Algo así como el bebé que al tocar una vela se
quema, y ya no vuelve a tocar el fuego aunque de mayor no recuerde nada en
absoluto su incidente. El caso es que no recuerdo lo que Theroux ha dicho sobre
estas islas y no quiero leerlo ahora de nuevo hasta no terminar con estas
tierras para que no me condicione en modo alguno.
Hoy pienso andar y andar.
Y lo hago durante unos veinte kilómetros por
la isla, plana como la palma de una mano, costeando.
Estas dos islas unidas por un viejo puente
romano en absoluto reconocible si se atraviesa en automóvil pues una moderna
carretera se le ha acoplado encima, tienen la peculiaridad de que son planas
tanto en sus partes emergentes del mar como las que permanecen sumergidas, pudiendo
pasear con el agua a media pierna durante millas. Esta poca profundidad hace
que se conozcan las islas por sus ingeniosas trampas hechas con ramas de
palmeras clavadas en el lecho marino, que acaban conduciendo a los peces a unos
depósitos de los cuales son incapaces de salir.
Camino entre Ramla y El
Ataya, no hay playas en este trayecto. Hay calor y sal; y botes de pesca
varados con nombre de mujer: Laila, Yasmina, etc.
Se puede presagiar por como
es cada barca y en que estado se encuentra, como es la musa del pescador que en
ella navega.
Leila es un bote pequeño, restaurado y recién
pintado, sencillo, varado cerca de la orilla. Su propietario debe ser alguien
joven, activo, pobre y meticuloso, tal vez le puso Laila en honor a una hija
nacida, o por su joven esposa, una kerkeniana de ojos oscuros, belleza
indomable, sabor salado y callos en las manos.
Hay otro, el Yasmina, es grande, hace muchos
años que no navega, desvencijado, vencido y desahuciado.
Fue de alguien poderoso cuyo tiempo
probablemente ya pasó.
Yasmina, ¿cómo y dónde estarás ahora? Tal vez
seas una honorable abuela o bisabuela, tal vez de ti sólo queden tus
descendientes, tal vez ni eso… ¿de qué sirvieron tus esfuerzos, tus
singladuras, tus vaivenes, tus tormentas? ¿Cómo acabó todo en un esqueleto de
cuadernas resecas y retorcidas bajo este implacable sol?
Las personas y los barcos tenemos la enorme
suerte de no saber nuestro futuro.
Y mientras tanto navegamos, intentando no
arriar las velas, y si no sopla el viento, toca remar, vamos, dale.
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