El calor, el cansancio y mi
pulso latiéndome me sientan bien, la brisa apenas sirve para refrescar, el mar
es un espejo brillante, sereno, en calma chicha. Palmeras individuales con
aspecto de sobrevivir a duras penas salpican el paisaje tierra adentro.
Llego a unas salinas situadas en una bahía. La
distancia del camino que rodea la bahía es obviamente mayor que la imaginaria línea
recta que une sus dos extremos mar adentro, y, como ya he visto que aquí no
cubre hasta casi donde alcanza la vista, me cuelgo mis zapatillas al cuello, me
arremango los vaqueros, me ajusto bien mi mochila y sintiéndome el último
superviviente me adentro en el agua dispuesto a cruzarla por mar. La cosa no
resulta en absoluto tan fácil, hay zonas donde me hundo sin remedio en un
tarquín poco consistente, hay zonas de aguas algo más profundas, la línea recta
es imposible. Chapoteo mojándome los pantalones hasta la cintura y haciendo
malabares para que la parte superior de mi cuerpo no acabe igual llego al otro
extremo. Paro a secármelos donde nadie, eso creo, me ve. Los extiendo encima de
las plantas y me quedo dormido en la orilla; cuando despierto la marea ha
subido y mis zapatillas flotan en las tranquilas aguas, meciéndose de una
manera casi imperceptible
Pájaros marinos que no reconozco graznan a lo
lejos.
Antes caminando por dentro del agua he
encontrado cimientos de antiguos muretes de piedras que bien pudieran ser los
restos de una antigua calzada ya que aparecen y desaparecen a lo largo de todo
el recorrido desde las salinas hasta El Ataya.
Encuentro restos de las vías de
tren estrechas que al parecer llevaban la sal hasta el puerto cuando esto era
Francia. Hay restos de antiguas actividades por todas partes y el acabose es
encontrar restos de lo que parece una tumba entre dos de esos cimientos cuando
camino fuera de camino, campo a través, con restos al parecer humanos dentro de
un tonel de madera. Esto no es un cementerio y casi seguro que ningún musulmán
se tomaría las molestias de enterrar un animal suyo dentro de un tonel y
acotarlo con piedras. Estiro un poco de los huesos, y compruebo que aún huele a
podrido y que hay hasta algún gusano. Inmediatamente lo dejo todo como está.
Hago fotos para contrariar mi incredulidad.
He de averiguar quién enterraba muertos en
toneles y cuánto tiempo pueden conservarse las cosas “frescas” en ellos.
Estoy tan alucinado que le cuento mi hallazgo
a unos que estaban merendando a una media hora de allí.
Son un grupo de kerkenianos treintañeros,
chicos y chicas, que andan bañándose, comiendo algo y bebiendo cerveza.
Causo estupor, pese a ello son amables, me
ofrecen de todo, rechazo cortésmente, me dicen que más tarde irán a verlo.
Sigo andando hasta la punta final de la isla,
el puerto de El Ataya, me siento a ver atardecer mientras aireo las bambollas
de mis pies; escribo:
-Feo puerto con bonitas
barcas.
Salgo del puerto acompañado
por un gordísimo encargado de él.
Caminamos un poco, mientras tanto le da
tiempo de hablarme de un montón de cosas; sobre amigos suyos descendientes de
árabes que viven en un pueblo de
Mallorca llamado Benisalim, de la revolución del 14 de enero, del triunfo de
las ideas y del fallo de las personas, de su idea de como desembocará todo en
una tercera guerra mundial, de las diferencias entre las Kerkennah de ahora y
las de antes, cuando no mandaba el dinero, cuando todo era hospitalidad, cuando
no había ladrones ni hacía falta poner rejas en las ventanas.
Dice que no hay un solo policía en toda la
isla -se equivocaba, pude ver alguno en la capi-, dice que no lo dice por
meterme miedo, que él es un hombre culto, pero mejor si no paseo por sitios
solitarios y lejanos.
Dice que hay gente a la que no le gusta los cristianos.
Subimos a un coche que él mismo para los dos
al asiento del copiloto. Es tan tremendo su volumen que apenas cabemos. Se
despide afablemente.
Me pongo a hacer dedo.
No quiere cobrarme nada, tampoco ha querido ni
palique ni cháchara, simplemente me ha llevado.
Ceno un escalope picante en
una especie de pan de hamburguesa, me recluyo ya de noche en el hotel, me ducho
y me pongo a escribir.
En este viaje no siento la soledad como una
losa atada de mi cuello como en el antepenúltimo del año pasado al Kurdistán
iraquí. Después hubo otro con la familia a Andorra –dicen que hay dos maneras de
pasar las vacaciones, bien o en familia-, otro a Malta con Fátima, corto,
bonito y divertido y un último a Marruecos con los compañeros del trabajo...
La peña, si sabe que viajas un poco más de lo "normal" enseguida de cosen a preguntas tipo:
-Nelo, me voy aquí o me voy allá…¿qué ropa me
llevo?
Por favor, mejor no preguntar nada antes que preguntar eso.
Llévate lo que te dé la gana y si te falta
algo te lo compras allí.
Aseguro que en todos los países que he visto
había ropa a la venta.
Además pienso que el tamaño de la bolsa, mochila
o maleta del viajero/a debería ser inversamente proporcional al tamaño de la
experiencia adquirida.
He leído acerca del caso de dos viajeros que
estuvieron en las Kerkennah, alquilaron una bonita habitación a orilla del mar,
y esperaron en vano una bonita puesta de sol desde su hotel, pero todos los
días hubo neblina, y marcharon decepcionados.
Pobres, la cagaron en dos cosas –qué fácil es
sacar los fallos de los demás, a mi me sale de narices- El primero es lo que yo
llamo cargar tu mochila de falsas expectativas, isla mediterránea, una
habitación que da a poniente y ya imaginan que las puestas de sol son fabulosas
–y luego les sale niebla todas las santas tardes.
Dos más dos no
siempre suman cuatro.
El segundo me gusta llamarlo falta de adaptación al medio o no
saber jugar con las cartas que te tocan, es decir, darse cuenta que una hermosa
neblina puede ser tan bella como una hermosa puesta de sol.
O probar tal vez el amanecer en vez del
atardecer, no sé, algo así, o recoger bártulos y marcharte a otra parte de las
islas a ver si encuentras lo que buscas.
Con las personas o las cosas en general quizá
debiéramos hacer lo mismo, no esperar, no desear de antemano nada, aunque para
eso se necesita ser casi Buda, y la verdad, ni tú ni yo lo somos.
Bueno tú no sé, yo, seguro, seguro, que no.
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