En Thies
–ciudad que mi copiloto alemán califica como la más agradable para vivir en
Senegal- nos alojamos en un camping de un anciano europeo.
No es un sitio muy barato pero para los precios de los hoteles en el país no está mal. Nos presenta a la que dice que es su mujer, una preciosa jovencita senegalesa.
No es un sitio muy barato pero para los precios de los hoteles en el país no está mal. Nos presenta a la que dice que es su mujer, una preciosa jovencita senegalesa.
Salimos cuando aún es de noche poco antes del
amanecer.
W. mantiene ese horario de salida a lo largo
de casi todos los días en que estaremos juntos de viaje.
Es el horario habitual de los alemanes en
África. Al principio, esos madrugones me parecen una locura si bien los acepto
sin que se me note lo que pienso, pero al final acabo entendiendo sus motivos, lleva
razón al explicar que cualquier cosa es posible en África sobre todo a la hora
de cruzar fronteras, y también es fácil que surjan diversos problemas a lo
largo de la ruta, por lo que es mucho mejor tener varias horas de margen para
no ponerse nervioso cuando esas dificultades nos retrasen. No quiere dormir en
sitios diferentes a los previstos, pues él ya los conoce bien y cualquier
improvisación seguramente acabe siendo peor. Tampoco es nada recomendable
conducir después del anochecer, lo único que se puede encontrar son conductores
cansados, vehículos sin luces, tráfico loco y socavones difíciles de esquivar
en la oscuridad.
La salida del sol ilumina una tierra roja
salpicada de matorral y grandes árboles, una carretera estrecha y bacheada y
entre la neblina gente caminando por el polvoriento arcén.
Poco después del amanecer paramos a desayunar
en un bar de una estación de autobuses.
La estación de autobuses son unas cuantas
destartaladas furgonetas mercedes que entre el polvo esperan a ambos lados de
la carretera la llegada de pasajeros, y el bar es una chabola de madera donde
un chaval con pan y huevos ofrece un menú único en forma de bocata que me
provocará un ardor de estómago que me durará casi hasta la frontera de Gambia.
Antes de llegar atravesaremos Kaolak, la
población más grande de esta parte de Senegal.
Kaolak, ciudad grande, activa, con un tráfico
caótico, algunas casas bonitas –es posible que coloniales- pero muy mal
cuidadas y unos alrededores preciosos, con bellísimas salinas. Y a la salida,
un largo mercado situado en la misma carretera y un montón muy considerable de
mierda y de basura.
-Kaolak es la ciudad con más calor y mosquitos
de todo Senegal –Comenta W- Mi mujer es de aquí.
También me advierte de que el tramo más duro y
bacheado de la carretera empieza aquí y llega hasta Gambia. Me aconseja ir muy
tranquilo y despacio. Se equivoca y le hace muy feliz equivocarse, hay una
carretera nueva sobre la que “volamos” a casi 80 km/h , al parecer ahora
los presidentes de Gambia y Senegal han decidido ser amigos o al menos
aparentarlo y esta carretera es consecuencia de ello. Está en estos tiempos (enero
2010) en construcción y no dura demasiado.
Circulamos poco después por una pista muy
arenosa en la que estamos a punto de quedarnos clavados un par de veces, pese a
ello W. la sigue prefiriendo a la antigua carretera. Llegar a Gambia desde aquí
no tiene pérdida, esta carretera termina sin salida en el mismo puerto de Barra
donde tomaremos el ferry a Banjul, capital gambiana.
Gambia
De nuevo un gran río. El río Gambia.
Un río que da su nombre a un país.
Un país pegado a un río.
Cosa de ingleses y franceses en la época
colonial, la historia que cuentan es la de un barco inglés, una cañonera, que
se adentró por este río disparando andanadas, y allí hasta donde alcanzaban lo
reclamaban como propio creándose Gambia. Así, Senegal está partido en dos, separado
por este país río que lo corta de este a oeste.
Hay que cruzarlo, lo hacemos desde su ribera
norte a su ribera sur, ya cerca de su desembocadura. Continuos ferry se
encargan de ello de Barra a Banjul, la capital.
Pasamos varias horas en el puerto fluvial
antes de embarcar.
Cambiamos dinero, de francos cfa. a dalasis, moneda
gambiana, hacemos los trámites para el embarque, vienen niños vendiendo
anacardos, compramos, viene una niña con latas de refrescos, están calientes,
nos dice que no hay problema, se va y vuelve con bebidas frías, no muy frías
pero algo, vienen a pedir lo que sea, damos un paquetito de galletas, otro
chaval se acerca con naranjas, casi ya peladas, en toda Gambia las
encontraremos así, peladas de su corteza naranja envueltas en su segunda
corteza blanca, las compramos y nos las comemos, viene el de los cigarrillos,
fumamos, otro se acerca para vendernos un seguro, que ya tenemos, se lo
decimos, se va, otros vienen buscando conversación, la damos.
Llego hasta el embarcadero, busco un sitio de
sombra, me acomodo en una barandilla disfrutando del río y de los ajetreos
portuarios, los cuales consisten en cargar y descargas algunas chalupas a mano
y desde cierta distancia a la orilla, una fila de hombres con el agua al pecho
y pesados fardos sobre su cabeza se encargan de este trabajo.
Surge
la conversación con un hombre muy alto que a mi lado también contempla el gran río,
manso y brillante. Es del este de Gambia, habla despacio y tranquilo.
-¿Cómo
es Gambia?- Me pregunta.
-
Pues todavía no lo sé, acabo de llegar… dímelo tú ¿cómo es Gambia?
-
La tierra es hermosa…
No hay comentarios:
Publicar un comentario