En los años 1973-74 hasta 1982, los erjales -nómadas- que habitaban o tenían asuntos en el Meit, ancho valle sahariano formado en uno de los pliegues de la Jebel Bani, veían en bastantes amaneceres, en la parte que quedaba en la sombra (amalú) hecha por la sierra que lo separa del Tissimi, una ciudad enorme, muy grande, con sus mezquitas, soldados, caballos, palmeras, mujeres cortando hierba y hombres trabajando en las huertas del palmeral...
Conforme iba avanzando el sol, y sus rayos iluminaban la zona en sombra, esta gran ciudad desaparecía. Cuando la luz acababa de anegar el hoy, gran valle, seco y desolado del Meit, de la ciudad no quedaba ni rastro.
Las gentes que allí vivían, entre ellas el abuelo y la abuela, no sentían ningún miedo pues estaban muy habituados a verla.
Era algo común.
Timitar lger -señales de fortuna-, daba suerte, pues aunque su presencia era debida según se cree al yenun -al diablo- también era señal de que ese año, o en este caso esos años, serían buenos y amables, con lluvias abundantes.
Nunca fue vista de nuevo después de 1982, relacionando su desaparición con una muy mala época de sequías prolongadas que llega de lleno a nuestros tiempos de calentamientos globales.
En ocasiones se explica que casi todos los hechos mágicos, ocurrían más en tiempos pasados, que en estas épocas más modernas y más ligeras de espiritualidad.
No es este el único caso de la zona de digamos "grandes espejismos colectivos", ya que no tenemos más que cruzar a los valles vecinos para poder escuchar también historias similares, como la contada, en otro capítulo de estas notas, en la que esta vez es un gran ejército avanzando, visto siempre al amanecer desde el collado de la agaras Tidriut, en la sombra que las montañas situadas entre Tagmout y Ait Moussa.
Estos hechos, para mí, consiguen una relevancia mayor, cuando los metemos en el contexto de por quién fueron contados. Pensad por un momento, imaginad que todos estos misterios, apariciones, alucinaciones o como se les quiera llamar, son contados por alguien, o algunos, que tenemos la firmeza que no pueden mentir. Que no mienten.
Este es el caso de todo lo que aparece, nunca mejor dicho, en estos capítulos dedicados a lo más insólito y misterioso en unas tierras muy propensas a lo mágico. Así que si no es posible el creer mientras se lee esto, sentado a miles de kilómetros del lugar de los hechos, en pleno corazón del mundo del plástico, cemento y plasmas, que una ciudad encantada aparece al amanecer, al menos debemos creer que aquella gente, que tiene muy buena vista y ni un pelo de tonta, la veía.
Espejismo sahariano, alucinación general, pero lo veían.
Al igual ocurrirá con todas las historias, que contadas al abrigo de la noche, me reveló el abuelo B. Abdelhai u Lhouicine, sobre lo que él mismo había visto.
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