Con mis entrañas ardiendo camino por una bocacalle de la plaza Imam Jomeini dedicada a la electrónica, pregunto por la calle Ferdowsi que es dónde están la mayoría de las embajadas pero también las mejores casas de cambio, acabo dentro de una tienda dedicada a la iluminación porque un tipo que no sabía explicarme me metió aquí, donde soy traspasado a un señor vuelve a llevarme a la calle para indicarme.
Todo en farsi, claro que sí, y si no sabes, te lo inventas.
No mires con esa cara, ¿qué te crees que hago yo?
Después un par de preguntas más me acercan a mi destino. Encuentro una casa de cambio justo enfrente de la embajada de Turquía, en un primer piso; me dan un precio, regateo, consigo un mejor cambio y me invitan a una naranja.
Regreso a la plaza Imam Jomeimi, que la verdad, es espectacular pero, lo siento, fea de narices, y allí en una bocacalle veo un trenecito de estos con ruedas para pasear gente, me subo, no sé si vale algo de dinero, imagino que sí, pero yo no pago.
Me lleva a la calle Panzdah e Khordad pegada al bazar y atestada de gente paseando.
Yo hago lo mismo, paseo y paseo entre multitudes, y cuando veo un corrillo de gente me acerco a ver qué pasa y veo un señor repartiendo caramelos, a mí también me da uno. No lo rechazo, y me meto en el bazar donde en un cuchitril muy pequeño me invitan a un té. A mí y a todos.
Después de todas las preguntas de rigor, de dónde eres, Madrid o Barcelona, qué haces en Irán, estás casado, tienes hijos, les pregunto:
-Parece que hoy todo es gratis...-la naranja, el té, los caramelos, el tren- ¿por qué me invitáis al té?, puedo pagarlo, y, además ahí afuera un señor iba repartiendo caramelos y me dio uno…
Teherán es un regalo que al recién llegado se le da en una caja gris con un lazo negro. Tiene que desatarlo, abrir la tapa y asomarse, hay un montón de cosas bonitas.
-Sí, es que los jueves –le llego a entender- los parientes de alguien que ha fallecido reparten regalos entre la gente en honor del difunto.
-Vaya, muy interesante -le digo de veras.
-Mira, amigo, el té que estás tomando ahora es normal, pero este sitio es centenario y muy famoso debido a un té especial de jazmín receta de mi abuelo (me enseña una foto) y que es delicioso, así que vente pasado mañana y te invitaré a uno…
Me arrepiento de no haber vuelto, me hubiera gustado probar ese té.
Sigo recorriendo el bazar, lo cruzo entero, y acabo -como no- en un garito lleno de pipas de agua, jóvenes, ruido y humo.
El dueño es gordo y simpático, como todos los fumadores cercanos a mí y que no paran de charlar conmigo. De vez en cuando, por encima del intenso jolgorio, el dueño grita alguna frase que todos los comensales responden como una sola voz. Son frases religiosas y ellos creo que responden al unísono:
-¡Alí!
Impone la rotundidad de su exclamación, pero son buenos chicos, me preguntan lo de siempre:
-¿De dónde eres, estás casado, qué religión, por qué Irán?
Contesto, reímos y tiramos humo.
Al volver atravieso el bazar oscuro, lleno de desperdicios de las ventas y de tiendas ya cerradas, ceno de pie unos pinchitos en un puesto callejero en una esquina.
Hay muy poca luz, somos como sombras hambrientas alrededor de unas brasas, parecemos una especie de supervivientes de lo que sea...
Teherán es absorbido por la fría noche.
En sus heladas calles flota una amenazante y bonita melancolía y un aroma con un puntito de desesperación.
O quizá sea yo.
Caminaré y caminaré hasta caer exhausto y helado en mi anodina e instructivamente impersonal habitación de hostal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario