Cuando era un adolescente vi
en la tele un documental sobre Palmira.
No la pude olvidar.
No recuerdo una palabra de lo que decían pero
quedé fascinado.
Ahora que de adolescente ya no tengo nada
excepto algunos rasgos -no muy deseables, según dicen otros, en especial otras-
de mi carácter, voy a verla de verdad.
Tenía ese sueño y voy a hacerlo realidad.
Para un sueño que hago realidad dejad que me
vanaglorie un poco, tengo tantos otros que se fueron, como decirlo finamente,
¿al carajo?
¿A paseo? ¿A tomar viento? ¿A la eme con erre?
Pero éste sí. Hoy.
Voy en un minibús camino de Homs. Allí tomaré
un maxibús camino de Palmira.
Llevo sentada a mi lado una chica muy linda
con pañuelo rosa y fragancia primaveral. Es muy descarada porque no se corta un
pelo al mirar por encima de mi hombro estas notas que estoy escribiendo. Giro
un poco la libreta para que vea mejor. Mis palabras y sobretodo mi caligrafía
me delata como extranjero. Le va a doler el cuello de tanto estirarse, tengo su
rostro a unos diez centímetros del mío. Huele a cielo azul y limpio.
Me he girado sin brusquedad y la he mirado a
los ojos.
Se ha visto pillada, y durante una fracción de
segundo no he sabido cómo iba a reaccionar, después me ha dedicado una de las
sonrisas más radiantes de este viaje. Me ha iluminado tanto que casi me tengo
que poner gafas de sol.
Más tarde en Homs una atestada estación de
autobuses, otra más, un cuchitril donde dejo mi bolsa, unas cuantas horas de
espera por delante, unas escaleras donde me siento a comer un no sé qué, unos
franceses que me avisan que hay un autobús a punto de salir hacia Palmira, un
paisaje similar al del Antiatlas marroquí, un desierto que pasa veloz al otro
lado de la ventanilla.
Un desierto que no debería recorrerse tan
rápido.
Debería haber una ley, ya que nos gusta tanto
legislarlo todo, que prohibiese viajar por el desierto en otra cosa que no
fuese a pie, en burro o en camello. Si me apuras en bicicleta o ciclomotor. Nada
más. Por el bien de uno mismo, no por otra cosa.
El desierto es el Lugar, merodear por él es el
Viaje, cruzarlo raudo y veloz un contrasentido, lo opuesto a su esencia.
El viajero que sea hechizado por el desierto
nunca se podrá librar de él.
Este tópico es rotundamente cierto. El planeta
se dividirá en dos, el desierto y todo lo demás.
Esta vez, como tantas otras, no todas, cometo
el crimen de empequeñecerlo, casi ningunearlo, desde la ventanilla de un
cacharro humeante.
Palmira hay dos. La Palmira nueva y la Palmira de las ruinas.
La ciudad de la Palmira nueva es basura,
sus niños unos gilipollas y todo el mundo piensa en el negocio. Hemos pasado
demasiados turistas por allí, qué se le va a hacer.
Me alojo en el Hotel Bell por unos seis euros,
tengo tele, baño, etc. He regateado durante un rato con un encargado que capta
a los clientes en la calle al lado de la puerta ¿Real Madrid o Barcelona? Lleva
varios negocios y debe adivinar a distancia, además de la nacionalidad, si van
a cenar, de compras o lo que sea para poder ofrecerles, en el idioma adecuado,
una habitación, el restaurante de al lado, la tienda de enfrente, o lo que
necesite el guiri de turno. Lo observo un rato sentado en la terraza. Suele
acertar siempre tanto con el idioma como con los deseos de sus potenciales
clientes.
-Oye, aciertas siempre.
-Es mi trabajo.
-¿Y te gusta?
-Lo que me gusta es tener los bolsillos llenos
de dólares.
-A mí lo que me gustaría es no tener
bolsillos.
-¿Perdona?
-No, nada. ¿Dónde puedo cenar?
Acabo en un vegetariano, qué horror,
compartiendo mesa con dos parejas, una de franceses, a ella le caigo bien, a él
le caigo mal, ambas actitudes son más que evidentes, y otra de daneses, con
aspecto de modelos de anuncio de dentífrico, a los que no sé si caigo bien o
mal porque a los pobres los disfrazan de beduinos a mitad de cena y bastante
tienen con esto. Ellos parecen encantados.
Al volver, tengo miedo de mi insomnio por lo
que me quedo viendo la tele con los parroquianos del hall del hotel. Son todos
hombres árabes calvos, con americana, bigote y barriga. Por la pantalla salen
las imágenes de los primeros ataques a Gadafi. Aparecen civiles muertos en
primera plana, rostros ensangrentados de personas inocentes.
-No hay más dios que Dios y Mahoma es su
profeta- Digo, intentando mantenerme neutral, Siria no me parece el sitio más
adecuado para hablar de política.
-Así es la vida ¿de dónde
eres? ¿Turco?
-No, soy español.
- Ah, Al Andalus, Granada.
Se ven más imágenes de
misiles surcando la oscuridad. Explosiones.
El más gordo me mira, pega
una chupada al puro que está fumando y me dice, rotundo.
-Intifada.
Levanto las palmas de las manos, en un gesto
que puede significar cualquier cosa.
Estamos todos de acuerdo, pues.
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