UN DÍA EN BICI POR EL SAHARA




JA, LA CAGASTE



 En Febrero, el poderoso viento huracanado que a veces sopla desde el interior del Sahara, sino llega acompañado de tierra y arena, llega a ser soportable, pues es frío sin serlo demasiado.

 Quería ir a otro oasis situado a 25 kms. por pista de tierra, y si bien no conocía más de un tercio del camino, pensaba que no tenía dificultad ninguna. Estaba cerca, todo el camino era más o menos llano, e incluso me había parecido ver en lontananza esta aldea, desde lo alto de las montañas de la zona donde me encontraba.
 Por otra parte todos me decían lo mismo, sólo había una sola pista, inconfundible.

 Me dejaron una bicicleta para la ocasión, una verdadera híbrida formada ensamblando varias partes de bicis diferentes: manillar y ruedas de carreras, cuadro parisino años cincuenta pintado fosforito, asiento de mountain bike, transportín artesanal, pegatinas invocando al Altísimo...

 Metí en una bolsa dos latas de sardinas, un pan, dátiles y algo de agua.
 Eran cinco kms. de asfalto hasta una aldea y después unos veinte de tierra hasta mi destino.
 El viaje comenzó de manera espectacular, el viento, poderoso, soplaba a mi favor, por la espalda, iba en la bici sin tener que darle a los pedales, muy rápido, igualito que en una moto.       
 Nunca, por lo exagerado que era, podía haber previsto algo mejor, si seguía soplando así conseguiría llegar casi sin esfuerzo.

 Hasta la primera aldea, fantástico, y después también; nubes en loca carrera por el cielo, sombras de éstas también de carreras por la montañas de alrededor, y yo impulsado como un velero, con capucha y turbante, extasiado, a saltos y trompicones por aquella pista que avanzaba por el fondo del muy ancho valle que forman las montañosas encadenadas circundantes.

 Todo fue bien hasta que la pista se dividió en dos.
 Todo el mundo me había hablado de una sola pista. Todo lo que podía hacer era elegir una de las dos. Pero, ¿cual?, las dos parecían igual de importantes, el mismo estado, igual de anchas,  no había un ramal que moría en el otro, las dos seguían hacía la dirección que yo quería, la bifurcación era mínima, como una "Y" griega muy cerrada, no había mas huellas en una que en la otra, cualquiera de las dos podría valer, y seguramente, pensé, incluso las dos valdrían, por aquello de todos los caminos conducen a Roma.

 Imagino que a alguien se le ocurrirá algo mejor, pero yo pienso que en estos casos uno puede elegir, por intuición, a cara o cruz, al pito pito gorgorito, o si se es creyente elegir una y dejar que pase lo que Dios quiera. Debería haber rogado algo, pero ese laico día creo que me la jugué al pito pito.

 Me fui por la derecha, intentado no perder referencia respecto al otro camino. A unos pocos kms. pasé cerca de una cabaña de pastores, a partir de aquí la pista cambiaba empeorando un poco más y cambiaba algo de dirección, pero ésta todavía era conveniente a mis intereses y a la dirección del viento, sigo casi sin pedalear, el camino va hacia las montañas, luego en sus faldas pensaba en seguir la dirección del pueblo, sabía de sobra que todos los caminos están interrelacionados, los más numerosos son los senderos estrechos, a veces muy poco visibles, para caminantes o monturas llamados "agarass".

 "Agarass" en todo este sur de Marruecos, eran y todavía son la médula espinal que comunica a éstos pueblos bereberes entre sí y con sus pastos. Es una casi infinita red de senderos totalmente conocidos y con nombre propio, donde los ichelhin de estos pagos pasan la mayor parte del tiempo de sus andanzas, pastoreando, viajando de un sitio a otro, yendo a los pozos, de visita de parientes, buscando miel, yendo a ver a sus sultanitas de ojos enloquecedores o de camino a un Sheij curativo.
 La agarass es nombrada en casi todas las recitaciones de los cantores poetas y no hay casi ninguna historia popular, de esas que se cuentan a la luz de las estrellas, que no sea una relación de hechos más o menos míticos ocurridos a lo largo y por distintas agarass.

 Las agarass son los caminos de un pueblo que ha vivido por y en movimiento. Y yo pienso que a diferencia de nuestras autopistas, todavía tienen corazón, y son exclusivas de los caminantes, no de los coches ni de otras máquinas extrañas que chocan frontalmente con el concepto espacio temporal del bereber más rural. Me gusta que sigan estando fuera del poder gubernamental y alejadas del control policial, y su mantenimiento suele ser responsabilidad del viajero que las utilice. No sólo es cosa bien vista el despejar de piedras un sendero sino que tiene la acción hasta reseñas coránicas.
 Las hay a millones, desde cualquier lado llegan a todos los sitios y en ellas no veremos casi nunca turistas o gente encorsetada en la civilización urbana. Las hay casi invisibles, o de carácter duro y retorcido, las hay desesperantes y desoladoras y casi todas curten y sientan bien al caminante, transformando el viaje en ese "algo más" que cualquier mínima sensibilidad debería exigir...

 El camino moría en un cauce ancho y seco lleno de piedras que hacía de frontera entre la llanura y las montañas.

 De lejos vi una mujer y un niño con unas cabras. Tonto, porque sabía que iba a pasar pero aún así lo hice, al dirigirme hacia ellos salieron disparados en dirección opuesta.
 Crucé el cauce, decidí subir a la ladera de la montaña para que la altura me ayudara a encontrar la agarass cuando vi otra mujer. Caminaba con varios burros y por la dirección de dónde venía  seguro que lo hacía desde el pueblo a donde iba. Tuve que esconderme para no dejarle opción a la huida, y cuando estaba a una distancia en la que ya podría hablar con ella, salí de mi escondrijo, y desde unos treinta metros arriba de la ladera, me senté para que no se asustara demasiado y le saludé con rigor y pudor.
 Se sobresaltaría pero no lo demostró, de todas maneras me daba igual, no pensaba hacerle ningún mal, mi aparición solo sería algo extraño que le daría que pensar, le pregunté por el camino y  me lo señaló, era por donde suponía.

 Recogí la bici y seguí por la agarass casi diluida en un mar infinito de piedras de todos los tamaños. Pronto la perdí, pero como volver a deshacer todo el trayecto hasta el dichoso cruce con el viento en contra lo consideraba una locura decidí seguir hacia delante.

 La lié, me adentré cada vez mas en una trampa natural para ciclistas, un pedregal infernal imposible. Al verme así decidí cortar en línea recta en busca de la pista buena abandonada por mí en aquel cruce.
 Llegó un momento en el que ni siquiera podía empujar  la bici yendo a pie a su lado, y era imposible dar un solo paso sin que los pies se doblaran en posturas inverosímiles, propias de los pedregales de éstas regiones.

 Debía estar algo espeso, pero me metí para adentro más de lo normal con la esperanza de un cambio a mejor: No fue así.

 Camino de vuelta, derrotado, atajando, con la bici al hombro, el viento en contra, a trompicones, cansado y jadeante, el pulso me retumba en las sienes.
 Después la pesadilla de un viento que me impedía pedalear.
 Cuando llegué al cruce famoso, ya era tarde y estaba hecho polvo, agaché las orejas y tomé dirección a casa.
 Varias horas después me reconfortaba con un dues (tayín) calentito mientras escuchaba los reproches familiares.
 Tuvieron que pasar ocho años para visitar el dichoso pueblo.

 Debido al carácter sahariano de la región, la cosa hubiera pasado de la mera anécdota si hubiese ocurrido algunas de estas cosas, tampoco tan difíciles de que pasen:

1 Que me hubiera torcido un tobillo
2 Que en vez de invierno y frío, hubiera sido en otra estación más calurosa
3 Que hubiera llevado menos agua de la necesaria
4 Que el viento hubiera acabado levantando arena y disminuyendo la visibilidad a unos escasos metros de uno. 
5 Que el paisaje de alrededor hubiera sido nuevo para mi y hubiera habido alguna pequeña desorientación a la hora de volver.
6 Que hubiera ido demasiado cargado de equipaje,
7 Que no hubiera estado en forma con la ayuda por ejemplo de unas cagaleras
8 Etc. etc.

Mis errores fueron varios:

El primero y más monumental de ellos fue el coger la bici en vez del burro para este viaje en pos de una rapidez que fue ralentizándose hasta el paro y el fracaso, ya lo dice el refrán " imcks imik ixim aram acdur", "poco a poco hasta un camello entra en una cazuela", y con el burro hubiera llegado. El segundo partir de viaje en día de feroz viento huracanado sin tener necesidad de ello. El tercero no darme la vuelta cuando la pista empezó a parecer lo que no era, el cuarto... y sigue y sigue...

Aún así me alegro de haber conocido aquellos parajes hasta donde llegué, y de que unas cuantas piedras me hicieran hincar rodilla en tierra y me abatieran cortando mi viaje, aún así, mirad, que me quiten lo bailao...

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